Cuando se le olvidó pagar las cremas fue obligada a salir del supermercado por la puerta de servicio. Y ahora ha vuelto a hacer lo mismo con su renuncia a la presidencia de la Comunidad de Madrid: salir por el peor lugar del que se puede salir, la puerta de servicio o la puerta de atrás, llámenla como quieran. Y digo que es el peor sitio porque por esa puerta nunca se sale con la cabeza alta.
Cristina Cifuentes ha abandonado el cargo por el sitio menos adecuado para un político que se ha jactado de proclamar “Tolerancia 0 a la corrupción”. Lamentablemente ella ha incumplido esta máxima por el bochornoso importe de cuarenta euros, tan grave como si hubieran sido cuarenta millones de euros, pero... Lo cierto es que todo ha estado orquestado perfectamente por alguien de dentro, de los suyos. Y yo me atrevería a decir que por alguien de su mismo sexo. Tener guardada esa grabación durante tantos años sólo implicaba el deseo de verla tropezar en algo y aprovechar entonces el momento para sacar a la luz el vídeo que la hiciera caer de la forma más bochornosa que pudiera imaginarse. No le busquen otra explicación, porque es esa. Alguien con un claro deseo de venganza -personal o política- ha mantenido en un teléfono o en un disco duro la grabación que ayer miércoles a media mañana colgaban todos los periódicos en sus ediciones digitales; la misma que a mediodía y por la noche nos mostraron todas las televisiones en sus ediciones de informativos. Durante ese tiempo alguien sonreiría maliciosamente delante del televisor.
¿Se merecía Cristina Cifuentes este final? Pues sí y no. Se merecía abandonar el cargo tras el escándalo del máster, porque eso no había ya por dónde cogerlo. Se merecía dejar de ser la presidenta de una comunidad autónoma después de mentir y, si ustedes me lo permiten, “chulear” diciendo que no se iba. Se lo merecía por haber sido cómplice de un engaño y haber movido sabe Dios qué resorte para la falsificación de documentos, dejando a una entidad académica como la Universidad Rey Juan Carlos y a su rector a los pies de los caballos.
Pero creo que no se merecía salir del cargo por el hurto de dos botes de crema de cuarenta euros. Porque ese gesto daña -y mucho- a su partido, a la política española en general y nos deja, como de costumbre y a la vista de la comunidad internacional, siendo el país de la charanga y la pandereta; el país de los truhanes y de los pícaros. Y eso sí que nos afecta a todos.