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Una historia de cuarenta años

Los periódicos olían a tinta y sonaban a linotipias y las noches las presidían el tintineo de los teletipos y el humo de los cigarrillos”

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Biología, Matemáticas Comunes y Latín. Tres asignaturas que marcaron un antes y un después en la vida de un chaval de 17 años que, como muchos otros, había estrenado instituto, el Alvar Núñez del Polígono San Benito, y curso, con aquel COU que, en su primer año, en el ejercicio 1971/72, tenía tan pocas optativas que los de Letras se confundían con los de Ciencias. 

Aspiraba el alumno cateado a estudiar periodismo y para informarse mejor se acercó a la calle Bizcocheros, a la sede de La Voz del Sur. Habló con su director, Alejandro, don Alejandro, perdón, Daroca y éste llamó a Pepe Álvarez, un alumno en prácticas que  estudiaba en Navarra. Le dijo los pasos a dar cuando ya, un minuto antes, había recibido el visto bueno del que era también presidente de la Asociación de la Prensa y director de la Hoja del Lunes para que pudiese colaborar.

Un artículo y otro más y otro más, algún que otro repaso a los apuntes de las materias suspensas, y cuando llegó septiembre, una tarde Daroca le preguntó si era capaz de meterse en el despacho de corrección, en talleres, porque José Luis Pareja se había puesto enfermo. Dijo que sí, porque el tema de las recuperaciones lo llevaba más mal que bien. Le cuestionó la edad y le dijo que tenía que entregar un certificado paternal porque con 17 años no se podía trabajar de 10 de la noche a cuatro de la madrugada. El certificado lo tuvo dos minutos más tarde, el tiempo que le llevó bajar al bar San Pedro, escribir dos líneas y falsificar la firma. Así comenzó, hace cuarenta años en este mismo día, una andadura personal  que terminó desembocando en lo que siempre quiso abrazar, en la profesión periodística.

En aquellos años los periódicos olían a tinta y sonaban a linotipias; sabían a artesanía con las cajas y las galeradas para corregir. La profesión era noctámbula y las noches estaban presididas por el tintinear de los teletipos -aquellos despachos que Ortega, José Luis, y Cárdenas, Manolo, dejaban en la mesa de los redactores-, por el humo de los cigarrillos y por las penúltimas copas que se apuraban, a la salida sobre las dos o las tres de la mañana en Casa Antonio, en la Cuesta del Palenque. ¡Tiempos aquellos!.

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