El cierre del piso asistido, una semana después de su cierre, sigue siendo noticia, sobre todo entre la ciudadanía que, al pasar por delante del edificio de la calle Nevería, de Bienestar Social, no puede por menos que decir frases tales como “es una injusticia, porque los ancianos vivían muy bien, y ahora a saber cómo están”, o “es una pena que ya el piso asistido no esté, porque los ancianos daban vida a esta zona, tan solitaria, con sus paseos”, o simplemente lo tachan de injusticia porque ha supuesto el despido de la plantilla, compuesta por 17 personas.
Una semana después no hay vida en el piso asistido, puesto que las trabajadoras tuvieron que recoger todas sus pertenencias la semana anterior, confesando a este medio que se sentían desoladas porque entre ellas y con los abuelos han sido como una familia. Una familia que “se re rompe, y estoy segura que los ancianos no estarán igual en ningún sitio, porque estaban hechos a esto. A sus cuidadoras, a su gente, a los paseos por el centro, y por muy cerca que estén, es un sitio distinto”, se refiere una portuense, entendiendo el lugar como la residencia de Diputación, de la calle Zarza.
Lourdes García comprende que “haya que apretarse el cinturón, y siempre hablamos de que hay que recortar, pero cuando decimos eso nos referimos a lo superfluo, a lo que no tiene sentido, pero el piso asistido, me da igual de quién fuera la competencia porque los ancianos no son balones que se puedan tirar las administraciones, era necesario, y por mucho que pasen otros diez años de que lo hayan cerrado, seguiré diciendo que es un error. Hay que recortar en sueldos, en cargos de confianza, en empleados públicos que no sirven para nada, pero no en cuestiones sociales como era el piso asistido”: