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Viernes 19/04/2024  

Una feminista en la cocina

Probabilidades

El confinamiento nos quitó libertad, amigos, familia, buenos ratos frente a una cerveza y -a algunas- la seguridad en su casa

Publicado: 22/04/2021 ·
09:56
· Actualizado: 05/05/2021 · 15:32
Autor

Ana Isabel Espinosa

Ana Isabel Espinosa es escritora y columnista. Premio Unicaja de Periodismo. Premio Barcarola de Relato, de Novela Baltasar Porcel.

Una feminista en la cocina

La autora se define a sí misma en su espacio:

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Es más probable que te toque la primitiva a que te salga un trombo con Astrazeneca. Lo que pasa es que nadie nos obliga a echar la primitiva y si lo hacemos damos el dinero por perdido. Luego si nos toca, la incredulidad se haría paso a la histeria. En la Astrazeneca, la mínima probabilidad en contra nos aterra porque equivale a muerte, como lo hace montarnos en un avión o quedarnos con él a solas para que nos parta la mandíbula de un mandoble. El miedo a lo incierto es carente de probabilidades, más bien losa fría.

AstraZeneca.

El confinamiento nos quitó libertad, amigos, familia, buenos ratos frente a una cerveza y -a algunas- la seguridad en su casa y su pareja. No volvió el aislamiento forzoso más fuertes a las bestias, sino que las enloqueció para que perpetrasen lo que en otro momento no harían por las probabilidades de acabar en la trena. Qué te hinchen a palizas cuando el país entero se muere de miedo es paradoja del destino, de sentirte menos sola y-al mismo tiempo- saberte abandonada por todos los que están seguros en sus casas temiendo a una enfermedad que no se ve, cuando tú notas la locura en sus ojos y en la forma cómo te amenaza de muerte. No les hablo de telerrealidad, sino de sentencias condenatorias. Hay muchas que salen ahora a flote tras la vuelta a la rutina. No hace falta más que ojear los periódicos.

Las caídas no tienen nombres, ni las conoce nadie, entre otras cosas porque sigue estando mal visto e incluso habrá todavía quien diga que algo habrán hecho. No quieren ver a las bestias con forma humana cómo se ceban en esa violencia para perpetuar roles, para acallar conciencias, para segar libertades y vomitar desprecio en forma de golpes que caen cuando nadie los ve, ni los oye. Supongo que la libertad de echar o no la primitiva y lo muy gozoso de que te toque el premio es el quid de la cuestión, frente a que te tengas que poner la Astrazeneca porque las probabilidades de trombo son escasas y las de muerte, profusas. Solo que a mí me duele la mandíbula por cercanía de género y de conciencia. Me asquea que alguien maltrate, veje y humille, muchísimo más que mate prevaleciéndose del confinamiento. Porque encerramos de una día para otro a víctimas y verdugos sin que pestañeásemos. Porque nos hemos olvidado de todas las que han caído en esta inútil batalla. Porque no las enterramos con honores, ni sabemos su nombre o  aun peor, se nos ha olvidado. Ahora lo que nos va es la telerrealidad que nos entretiene para no pensar en el covid , ni lo que nos robó la pandemia. Pensar es un arte dolorido que despliega agujetas en la cabeza , que fustigan más que la del gimnasio y además no se ven en pectorales, ni en nalgas.

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