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Sevillaland

Calles

Una pequeña plaza, casi un hueco en el espeso entramado de calles del barrio del Museo, ha aparecido sin los tres o cuatro bancos que ofrecía. Seguro que...

Publicado: 08/09/2019 ·
22:22
· Actualizado: 08/09/2019 · 22:22
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Autor

Jorge Molina

Jorge Molina es periodista, escritor y guionista. Dirige el programa de radio sobre fútbol y cultura Pase de Página

Sevillaland

Una mirada a la fuerza sarcástica sobre lo que cualquier día ofrece Sevilla en las calles, es decir, en su alma

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Una pequeña plaza, casi un hueco en el espeso entramado de calles del barrio del Museo, ha aparecido sin los tres o cuatro bancos que ofrecía. Seguro que lo han solicitado los propios vecinos, y seguro que yo hubiera hecho lo mismo.

Los más jóvenes pasaban parte de la noche allí sentados entre risas, vasos de plástico y humaredas de shishas, que han vuelto siglos después.

El mapa de vida de Sevillaland cambia con los tiempos y las costumbres, abandonándonos a ese sentimiento tópico de que el pasado resultaba mejor.

La tendencia a pensar que las juventudes anteriores a esta resultaban más educadas es un mero olvido. No recuerdo de mis veinte años en la calle Betis o en la Alfalfa que hablásemos bajito de madrugada. Eso sí, íbamos a bares, lo de la botellona surge cuando Del Valle se dedica a cerrar barras. Quizás no le quedó otra, ninguno respetaba el horario de clausura ni insonorizaba sus muros.

Los jardines de Murillo se vallaron después del asesinato de un joven en una noche de botellona, y ya fue imposible un paseo relajado, y en verano oloroso a magnolios y jazmines, junto a la muralla del Alcázar.

Esa ciudad que no volverá, porque además nadie se baña dos veces en el mismo río, es una bolsa de gas lúdico festivo –va en su adn- que si aprietas por un lado tensa el otro extremo. Hoy ofrece espacios o sensaciones que no desmerecen a los perdidos junto a nuestra juventud, incluso que los mejoran.

No hay fin de semana sin una docena de conciertos, muchos gratis; casi tantas representaciones teatrales; y lo mismo de bares o cafés donde alguien se lanza a colgar sus cuadros o presentar su obra literaria. Eso cala. Igual que los chavales que editan vídeos en sus propios móviles. O que se comunican por escrito. Mi hijo ha escrito más que yo a su edad. Eso es un hecho. Ojalá me salga nivel Auster o Alfonso Grosso y le puedo llevar la maleta.

Sí me apena que las noches de charla entre los chicos pierdan plazas y bancos en los que sentir a su ciudad como parte protagonista de su paso a adultos. Lugares en los que hablar sin fin con los amigos de esos gigantescos asuntos que plantea la adolescencia. El amor, los estudios, los primeros trabajillos. La etapa más decisiva. Aunque después casi todos cometerán el mismo error: boda y bienes gananciales, el fértil sustrato para la pelea a bayoneta calada cuando llega el divorcio.

Pero, vaya, gocemos de Sevillaland, la ciudad a la que nadie se le caerá el techo de la casa encima.

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