El portavoz de Ciudadanos, Javier Millán, ha propuesto la convocatoria de un concurso internacional de ideas con el objetivo de reordenar y reforestar la Avenida de la Constitución porque, a su juicio, la falta de sombra y el calor impiden disfrutar de la misma y de su entorno monumental.
Según Millán y su grupo municipal “el estado actual de este espacio público es sensiblemente mejorable, ya que es una avenida dura donde el viandante difícilmente convive junto al tranvía, coches de caballos, bicicletas, carteles publicitarios, desniveles, veladores, vendedores ambulantes, artistas callejeros, patinadores…”.
Este diagnóstico, que compartimos plenamente, no se aleja mucho del que viene repitiendo el delegado de Hábitat Urbano, Antonio Muñoz, cuando habla de la colmatación de veladores, con lo que gradualmente se va reconociendo que la supuesta peatonalización de la Avenida realizada en su época por Monteseirín con el falso lema de “la ciudad de las personas” no fue más que el envoltorio pretendidamente ideológico para tratar de llegar a las elecciones municipales de 2007 con el tranvía como sucedáneo del Metro al Centro (trató de instalar esa idea en la mente de los sevillanos al denominarlo justamente así, Metrocentro) para así aliviar también las demandas en tal sentido al Gobierno socialista de la Junta de Andalucía.
Precedente
¿Hace falta otro concurso de ideas sobre la Avenida? Recuérdese que hace 14 años Monteseirín ya convocó uno en el que fueron premiadas varias ideas, de las que luego jamás volvió a saberse nada. El primer premio fue para el proyecto denominado “Tapiz”, en el que se proponía la instalación de un tapiz rodante peatonal al modo de los existentes en muchos aeropuertos y que habría permitido a los viandantes recorrer la vía pública sin esfuerzo y a una velocidad media de 2,4 kilómetros a la hora. Si se hubiera aplicado la idea, los transeúntes podrían haber llegado hasta la Plaza Nueva mirando y tecleando en el teléfono móvil sin riesgo de estrellarse contra algún obstáculo ni de ser atropellados -habría sido de suponer- por alguno de los elementos móviles que se desplazan por la Avenida, desde el tranvía hasta los patinadores.
Exaequo con la idea anterior se premió otra denominada “Centro histérico” (sic), basada fundamentalmente en el rediseño del entorno de la Avenida. El segundo premio se otorgó de forma conjunta a otros dos proyectos. El denominado “Addaia” proponía la construcción de una especie de tren monorraíl entre la Pasarela y la Plaza Nueva (a la postre fue lo más parecido a lo que se acabó haciendo), con salida cada medio minuto (no cada siete o más, como ahora el tranvía).
Por su parte, el proyecto denominado “Allí ves” propugnaba una radical reordenación de las terminales de transporte y paradas existentes por entonces entre la Puerta de Jerez y la Plaza Nueva. El concurso le costó al Ayuntamiento unos 50.000 euros, coste que se unió al de otros convocados durante los mandatos de Monteseirín: 150.000 euros para el de las Setas de la Encarnación, 10.000 euros para “La piel sensible”...
La Expo’92
Como al entonces alcalde sólo le interesaba obtener réditos electorales de la pseudo peatonalización de la Avenida, omitió por completo en la ejecución de las obras todos los estudios bioclimáticos realizados para la Expo’92, de la que ahora conmemoramos el XXV aniversario, para reducir o combatir el efecto del calor en el recinto y, por extensión, en la ciudad.
Por ejemplo, en una plaza deprimida que se construyó junto a las caracolas de la Sociedad Estatal, ocupadas hoy por la Gerencia de Urbanismo, se ensayaron algunos de los pavimentos que se estudiaron para la isla de la Cartuja con el fin de que funcionaran adecuadamente en condiciones extremas, tanto de día como de noche. Los pavimentos se pensaron para tres grandes tipos de zonas: A) en sombra durante el día y abiertas al cielo durante la noche; B) en sombra diurna y cubiertas durante la noche; y C) zonas abiertas que recibían radiación solar directa durante el día y que quedaban abiertas al cielo por las noches.
Una de las soluciones ensayadas para reducir el calor del suelo y que éste transmitiera frescor fueron losetas porosas bajo las cuales se hizo circular una corriente de agua. Tan sólo diez años después de clausurada la Expo, en 2002 la entonces delegada municipal de Medio Ambiente y presidenta de Emasesa, Evangelina Naranjo, declaró con toda lógica que era inconcebible que en una ciudad como Sevilla no hubiera todavía una red de agua bruta o no potable, para así evitar utilizar el agua potable, mucho más cara, en regar, baldear las calles y extinguir incendios, por lo que anunció que Emasesa aprovecharía los trabajos de mejora de infraestructuras para crear dicha red.
Las tuberías serían de color rojo y contarían con sus correspondientes válvulas y bocas de riego, con pozos y bolsas de agua no potable en, por ejemplo, la Plaza Nueva, aprovechando la cercanía del manto freático existente en Sevilla por el influjo del Guadalquivir.
Con una red de agua bruta se podría haber realizado un circuito entre la Puerta de Jerez y la Plaza Nueva que hubiera refrigerado un pavimento poroso como el ensayado en la Cartuja para la Expo y que podría haberse colocado al menos en las aceras de la Avenida.
En lugar de aplicar ese conocimiento “made in Sevilla”, Monteseirín colocó en la Avenida grandes y pesadas losas de granito de importación (pero no por ellos menos frágiles, hasta el punto de que ante el elevado número que había rotas Jaime Raynaud amenazó con levantar acta con un notario y exigir a la constructora Azvi la reposición de todas ellas) que, según las frecuentes mediciones que realiza Enrique Figueroa, catedrático de Ecología de la Universidad Hispalense, acumulan más de 60 grados de temperatura a las 4 de la tarde.
Árboles talados
Otra decisión desastrosa de Monteseirín con idea de presentar cuanto antes como acabadas las obras que ordenó entre 2006 y 2007 fue la de arrancar el más de un centenar de árboles que había en la Avenida, en buena parte fresnos americanos, los cuales daban sombra a los viandantes y reducían el calor emanado del suelo (hasta diez grados menos, según las mediciones). Los sustituyó por naranjos de la huerta valenciana, de tronco de grueso calibre y sin apenas copa (para que pudieran resistir el trasplante) y que costaron unos cien mil euros.
Acostumbrados a estar en campo abierto y a ser generosamente regados, estos árboles, constreñidos en unos alcorques reducidos, entre instalaciones subterráneas y rodeados del granito que irradia 60 grados en verano, no han desarrollado una copa sustitutiva de la que tenían los árboles originales.
Otro craso error: no tener en cuenta la posición del sol a lo largo del día para plantar la especie de árbol en consecuencia. El ejemplo más evidente lo tenemos en la Puerta de Jerez, donde el sol inclemente descarga sus rayos en la trayectoria Este-Oeste desde la vertical de Los Remedios y Triana, con lo cual deberían haberse plantado árboles frondosos en paralelo a la Casa Guardiola, para que sus copas proyectaran sombra sobre los bancos y la plaza, pero en lugar de árboles frondosos el gobierno de Monteseirín sembró palmeras, de alto tronco y hoja que apenas dan sombra ni refescan.
Los toldos
El desastre climático y ecológico de la Avenida transformada por el antiguo alcalde es tan evidente y ha suscitado con el tiempo tal malestar entre los sevillanos que el gobierno de Zoido pensó como solución uniformadora y probablemente poco estética llenar de toldos de una punta a otra toda la acera situada enfrente de la catedral, bien por debajo, bien por encima de las copas de los naranjos supervivientes, a un coste de entre 230.000 y 300.000 euros.
Mejor que en un concurso del que podrían surgir propuestas tan extravagantes como la de los tapices rodantes aeroportuarios, reservemos el dinero para aplicar una solución de sentido común y al sevillano modo, como la propuesta por nuestro mayor experto en arboleda urbana, el catedrático Enrique Figueroa.
Figueroa ha preconizado la creación de una especie de corredor verde: formar un dosel vegetal mediante la siembra en paralelo de dos hileras de árboles de mediana altura y copas redondeadas (almez, aligustre, tipuana, sófora…) y salpicado de bancos y fuentes con agua.
El colmo de la paradoja sería que en la ciudad del calor tuviéramos que convocar un concurso internacional para que un extranjero nos dijera cómo combatir el calor de la Avenida.