Entre vallas

Publicado: 27/03/2016
Espadas se ha atrevido a hacer desde la lzquierda lo que no hizo Zoido en un gobierno del PP: vallar la Semana Santa para más seguridad. Las vallas son la respuesta a un problema de fondo que tiene la ciudad, otrora capaz de autorregularse hasta en la bulla
Los puristas de la Semana Santa han puesto el grito en el cielo por el Plan de Seguridad aplicado este año y que se ha caracterizado externamente por la colocación de vallas en tramos y/o cruces estratégicos de calles, con las que se ha impedido la proximidad o/y el contacto con los cortejos procesionales.

El efecto positivo de la medida de aforar algunas calles para evitar que la bulla colapsase puntos tradicionalmente conflictivos como el Postigo, la Cuesta del Rosario y la denominada como Cuesta del Bacalao ha sido una mayor seguridad y mayor fluidez en las procesiones, con lo que las cofradías pudieron cumplir con los horarios previstos, sin los retrasos de otros años. El efecto negativo, que la lejanía del público, obligado por la Policía a quedarse detrás de las vallas, ha dejado tramos desangelados, con estampas de cofradías solitarias, sin nadie alrededor.

Sin embargo, el gobierno local socialista que preside Juan Espadas ha tenido perfectamente claro desde el primer día que en el debate entre seguridad y libertad siempre, por muchas incomodidades que cause, ganará la primera, aunque el precio a pagar sea una Semana Santa menos estética o que proyecte la imagen de menor fervor popular por la distancia establecida entre los pasos de misterio y de palio y los fieles.

Así, apenas recibirse las primeras críticas, lo explicó el director general de Emergencias del Ayuntamiento, Rafael Pérez: “Los dispositivos estéticos no existen. Se montan para garantizar  la vida de las personas. Entre un nazareno herido y una persona quejosa, prefiero la que se queja , y a partir de ahí podremos montar el debate que se quiera”.

Más allá

Tras el pánico colectivo de la Madrugada del año 2000 y los graves incidentes acaecidos en las de 2008 y 2015, el equipo de gobierno de Espadas y el del delegado del Gobierno central, Antonio Sanz, han hecho lo que con su populismo nunca osó hacer el de Zoido: vallar la Semana Santa sin complejos de ningún tipo con tal de garantizar la seguridad, el objetivo superior, por encima de cualquier consideración estética o de mantenimiento de la bulla como seña de identidad sevillana.

Ni el Ayuntamiento de Espadas ni la Delegación del Gobierno de Sanz estaban dispuestos a que se repitieran los sucesos de la última Madrugada de Zoido como alcalde tras la estampida provocada por las carreras de personas en pánico huyendo de las reyertas en las botellonas montadas en las Setas de la Encarnación. Zoido no previó que podrían repetirse sucesos como los de antaño, no puso a tantos policías como habría podido en las calles por su afán de recortar gastos y, por ende, tras producirse avalanchas que se llevaron por delante tramos de nazarenos de algunas cofradías, trató de minimizar la gravedad de aquellos sucesos.

Había, pues, que evitar cometer los mismos errores que el gobierno de Zoido para que la Madrugada de Sevilla dejara de ser sinónimo de riesgo e inseguridad, ya que la repetición de este tipo de incidentes no sólo habría empañado la imagen de la Semana Santa y la de Sevilla, sino también la de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado y de la Policía Local, de ahí el interés de mantener una estrecha y mutua colaboración entre las sedes de la Plaza Nueva y de la Plaza de España, entre Espadas y Sanz, por encima de cualquier diferencia de tipo ideológico.

Medidas preventivas

Si el foco de los incidentes de 2015 fue la botellona incontrolada en las Setas de la Encarnación, la solución drástica y preventiva han consistido en eliminar ese factor de riesgo vallando y prohibiendo el acceso a la denominada Plaza Mayor de las Setas. Si Zoido escatimó en policías para pagar menos horas extra, Espadas ha hecho todo lo contrario. Si la bulla y los “cangrejeros” delante de los pasos impedían una rápida reacción policial ante cualquier avalancha de público o emergencia sobrevenida, se prohibía el “cangrejeo” y se creaban zonas expeditas de público y pasillos de evacuación, aunque para ello hubiera que vallar tramos o cruces siempre conflictivos.

Dos sucesos externos han contribuido a justificar aún más si cabe el Plan de Seguridad extremo aplicado en la Semana Santa sevillana. Los atentados yihadistas del Martes Santo en Bruselas en el aeropuerto y en el Metro, saldados con más de 30 muertos y de 300 heridos, pusieron de manifiesto cómo cualquier aglomeración de público corre el riesgo de convertirse en objetivo terrorista, y máxime si existe un componente religioso de naturaleza opuesta al fanatismo islamista de quienes, siglos después, aún señalan a Al-Andalus como uno de sus sueños de reconquista. Por eso, al inicial despliegue policial, en esta Semana Santa se ha añadido el refuerzo de vigilancia obligado por activarse al cuatro el nivel de alerta antiterrorista tras los atentados en la capital de la Unión Europea.

Por otra parte, en la noche del Viernes Santo se produjo una estampida en la procesión de la Soledad, en Badajoz, que, salvando las distancias, ha recordado lo ocurrido durante la Madrugada del pánico en Sevilla en el año 2000.

Un estruendo, que en principio se atribuye al impacto con un palo en una puerta metálica  propinado por una persona en estado de embriaguez, provocó una sucesión de gritos y carreras que degeneró en una avalancha de gente presa del miedo. Cuenta la prensa pacense que el desconocimiento del origen del ruido hizo que algunos comenzaran a correr y que esa reacción contagió a centenares de personas que llenaban la plaza y sus alrededores en ese momento.

Un testigo que se hallaba entre el público cuenta que vio a gente “chillar y salir corriendo” y que por un momento pensó que la Virgen se estaba quemando. Incluso después escuchó que podía tratarse de un atentado con bomba, y vio cómo mucha gente se refugiaba en una iglesia. Otro narraba así su experiencia: “Hacía tiempo que no pasaba tanto miedo…. Vi la avalancha de gente que venía despavorida sin saber dónde iba, con los cirios…. Sin rumbo. Los coches de niños por allí. Nos tiraron el estandarte de la Virgen. dos faroles…. Impresionante”.

Paralelismo

Los relatos muestran un evidente paralelismo con el ataque de pánico colectivo que se desató en Sevilla en la Madrugada del año 2000 y que en menor medida se repitió en 2008 y 2015, y avalan, por tanto, el plan extraordinario de seguridad en esta Semana Santa, con un dispositivo formado por 19 operativos especiales distribuidos en cinco zonas que ha evitado incidentes en las mismas, al tiempo que ha propiciado el cumplimiento de los horarios de las cofradías por la carrera oficial.

No obstante, las vallas no eran una medida permanente. El director de Emergencias del Ayuntamiento resumió la cuestión de esta forma: “Si no hay bulla, las vallas se quitan”.
Esta declaración ha sido el reconocimiento oficial del fin de la leyenda sevillana sobre la capacidad de autorregulación y de saber comportarse, como en una especie de inteligencia colectiva, de la muchedumbre agolpada en las calles durante la Semana Santa y que por tanto hacía innecesario adoptar excepcionales medidas de seguridad porque todo, público y cofradías, fluían de un modo natural, imposible de copiar en otras latitudes.

Aquí se alardeaba de que pese al supuesto millón de personas en las calles no ocurría nunca nada más allá de alguna que otra lipotimia, mientras que en otros sitios concentraciones masivas de tal magnitud habrían derivado en algún tipo de tragedia.

Las estampidas en las Madrugadas de 2000, 2008 y 2015 han acabado demostrando a ojos de las Administraciones Públicas el final de la leyenda de la bulla dotada de capacidad de autocontrol y autorregulación y, por tanto, la necesidad de adoptar medidas extraordinarias de seguridad antes de que ocurra una desgracia.

Las vallas en Semana Santa no han sido, al fin y al cabo, más que una continuación de la evolución defensiva que se viene registrando en la ciudad como reacción al creciente incivismo y vandalismo, los mismos fenómenos que obligaron a Soledad Becerril a vallar de forma permanente los Jardines de Murillo y a Monteseirín los Jardines de las Delicias; y a Pellón el recinto de la Exposición Universal en la Cartuja, vallas que luego los empresarios del Parque Científico y Tecnológico se han negado a que se retiren.

En un paso más en esta línea, Espadas ha acabado vallando las Setas y las calles que haya hecho falta en esta Semana Santa. El problema, pues, no son las vallas; las vallas son la respuesta a otro problema mayor que tenemos en Sevilla.

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