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El jardín de Bomarzo

El año que vivimos

A finales de julio llega uno de los dos finales de año. Mientras que el otro es con espumoso y confeti, éste trae el aroma de los finales de curso

Publicado: 31/07/2020 ·
14:13
· Actualizado: 31/07/2020 · 14:13
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Bomarzo

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El jardín de Bomarzo

Todos están invitados a visitar el jardín de Bomarzo. Ningún lugar mejor para saber lo que se cuece en la política andaluza

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"La duda es la escuela de la verdad". Francis Bacon

A finales de julio llega uno de los dos finales de año. Mientras que el otro es con espumoso y confeti, éste trae el aroma de los finales de curso y las tardes de verano cálidas, con la penumbra de la calima, con ese levante gaditano bien azotando, bien en calma, bien en guardia y en espera de un rebrote para saltar fiero. Fin es una palabra necesaria porque aclara que algo se acaba, por fin. Como cuando acababan esas películas antiguas en blanco y negro con un maravilloso the end, mucho mejor que estos créditos actuales que nunca lees. Agosto es otra cosa, viene  a ser como un paréntesis en el calendario anual porque apenas cuenta, pocas cosan pasan porque la palabra vacaciones se instala en la mente de todos, de los que trabajan y de los que no. Confieso que ni en el más maquiavélico de estos pensamientos que no me dejan pensé tener que analizar para escribir sobre las cosas que este año ha tocado desmenuzar en este arbóreo espacio, uno que lo hace por afición y para mantener activo el pulso de la pluma. Pero es la vida, no sabes lo que te aguarda a la vuelta de la esquina y eso resulta atractivo para quien no hace planes para más allá de cien metros por delante. Por tanto, un año más, heme aquí cerrando fiel en fecha y hora la verja de este jardín, clan clan, valorando la idea de no saber si o cómo volver e intentando imaginar la vida en septiembre porque, lo dicho, más allá de cien metros a uno todo se le vuelve negro; tras el fin siempre se produce el fundido en negro.

La intensidad de lo vivido en los cuatro últimos meses nos deja la sensación de que ha transcurrido mucho más tiempo. El inesperado cambio en nuestras vidas se resume en el hecho de ir por la calle y que salte a la vista quien no lleva la mascarilla y el consiguiente reproche que asoma a nuestras mentes es el síntoma de cómo la vida ha cambiado. Lo peor es la sensación de ser vulnerables, de estar indefensos ante este virus que aún campa libre o a cualquier otro más agresivo que nos pueda deparar este futuro hoy más incierto que nunca. Al igual que la mascarilla ahora forma parte de la compra de productos básicos, los ataques virales lo hacen de nuestros miedos; todo rodeado por una obsesión de limpieza higiénica, de no tocar más allá de lo necesario, de usar el codo para llamar el ascensor, de no rozarnos. Lo piensas y es tremendo. La capacidad de adaptación humana también. Hasta el 15M si nos topábamos con alguien con la mitad de estas prevenciones lo considerábamos hipocondriaco e histérico, ahora a quien no las toma le tachamos de irresponsable. 

Hemos hecho un máster en Covid-19 porque si es grande el cambio en nuestra vida o en hábitos y orden de preocupaciones, también ha sido grande el aumento de conocimientos y da igual la formación y cultura, todos hemos aprendido cosas insospechadas, de medicina, de epidemiología, de estadística, de epis. Comenzamos aprendiendo cómo se propagaba el virus, los tramos de edad de riesgo, las estadísticas diarias, pendientes de cuándo se iba a aplanar la curva y del día que llegaríamos al pico del contagio, la diferencia entre contagiados sintomáticos y asintomáticos. ¿Alguna vez habíamos reparado a pensar que se puede estar contagiado de un virus sin tener síntomas?  Aprendimos que hay un paciente llamado cero y la importancia de llegar a él, de lo que representa el término de distancia social. Lo que es una pandemia, un confinamiento y una cuarentena. La geografía también la mejoramos, conociendo dónde está Wuhan y los países del mundo más afectados. Nos enteramos de la existencia del gel hidroalcohólico, de que hay mascarillas quirúrgicas, FFP2 y FFP3 y, por supuesto, de sus diferencias. Hemos hecho otro máster sobre test, el rápido y su porcentaje de error, que un conocido nos diga que se ha hecho un PCR y ha dado negativo viene a ser como cuando antes se hacía una analítica para medir el colesterol. Luego llegó la desescalada, en ese punto ya éramos bastante expertos como para opinar sobre sus fases; rebrotes y rastreadores ocupan ahora nuestro curso de formación acelerado.   

El apartado político también forma parte de varias lecciones del primer tomo; conocimos lo que es un estado de alarma, debatimos sobre la tardanza en su inicio y en la adopción de medidas que apuntaban al gobierno de Sánchez cuando las que podían haber controlado la propagación inicial eran las comunidades autónomas con las mismas medidas que ahora adoptan. El 8M nos ocupó bastante hasta que un juez dijo que el gobierno central no tenía facultad para desautorizarlo, aunque a Sánchez y a su socio Podemos le pudo la pancarta y no hicieron nada para evitar la asistencia a manifestaciones masivas en la calle cuando tenían sobrados datos del peligro de la crisis sanitaria. La avalancha de whatsaaps nos obligó a buscar información para detectar los cientos de bulos que circularon. El mando único que no era tan así. Las competencias de las comunidades autónomas que, calladas, silbaban ante el foco puesto al gobierno central cuando nunca dejaron de ser la autoridad sanitaria. La indefinición constante del gobierno central y sus errores en la toma de decisiones, su grave falta de previsión al no poner en marcha ningún protocolo tras los primeros avisos desde China y la verdadera corresponsabilidad del ministerio de Sanidad y autonomías, cada uno con su parte. Conocimos a Fernando Simón, al ministro de Sanidad e incluso al alto mando de la guardia civil. El debate sobre los datos y la diferencia de forma de ofrecerlos. El debate sobre el anonimato del comité de expertos que ahora parece que no era tal y por eso no daban sus nombres... La alternativa al estado de alarma que proponía Casado y de lo cual ahora reconoce que habría que modificar varias leyes. El reguero de querellas que se han quedado en archivo. La salida de la desescalada y las distintas formas de gestionar la situación actual de las autonomías con la incoherente petición de que debe haber un mando único del gobierno central, quizás el peso de la responsabilidad es demasiado gordo y una vez que el pueblo tiene claro que es la autonomía quién gestiona, ante la incertidumbre de los rebrotes mejor que se la responsabilidad vuelva a manos de un Pedro Sánchez que, según encuestas, ha sorteado con éxito la montaña rusa, veremos si tras las consecuencias económicas próximas también sale indemne. La inquietud sobre qué nos depara el futuro.

La conclusión clara de que el sistema autonómico no sirve ante asuntos que afectan por igual a todo el país y que temas tan delicados como la salud no pueden estar en manos de 17 comunidades y dos ciudades autónomas con gobiernos de distintos colores. Comunidades autónomas que, por cierto, pudieron tomar medidas antes de marzo, como también pudo el gobierno central decretar el estado de alarma antes de esa fecha. Nadie estaba preparado para esto y un gobierno, sea central o autonómico competente, debería estarlo, es su deber, para eso está. Para eso el ciudadano paga elevados impuestos, para tener gobernantes que estén alertas, que les protejan.   

El año que vivimos peligrosamente acaba aquí, aunque solo en su ciclo escolar y no el peligro. Este vive y se transmite microscópico, muta a saber en qué, aprisiona a esta humanidad perpetrada tras una mascarilla, delimita el libre tránsito entre comunidades, entre países, nos vuelve frágiles como un bonito jarrón de porcelana china a punto de volcar y fracciona en mil pedazos la economía para, tal vez, hacernos ver que Dios existe. O al menos algo tan grande como la naturaleza y el destino juntos para eclosionar en un big bang terrícola de dimensiones globales. Como recordamos qué hacíamos durante otros desastres de la humanidad, nunca olvidaremos el año que vivimos... el confinamiento, la crisis sanitaria, el Covid-19. Más si como es de prever la vida de la humanidad y nuestras relaciones sociales nunca serán lo mismo y nos costará mucho recuperar ese metro y medio que nos separa, ese miedo al contagio que nos aleja.

Por tanto, clan clan. Prometo consumir todo lo bueno que produce esta tierra mía y, cómo no, acompañarlo debidamente con los mejores vinos de tonos dorados intensos en sus diferentes matices y aromas. Y ante ese futuro fundido en negro que nos espera más allá de cien metros, alerta y, cómo no, dispuesto.

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