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El jardín de Bomarzo

La hembra del suricato

El 8 de marzo de 1857 un grupo de trabajadoras de una fábrica textil de Nueva York decidieron protestar por las míseras condiciones laborales

Publicado: 08/03/2019 ·
13:52
· Actualizado: 08/03/2019 · 13:52
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Bomarzo

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El 8 de marzo de 1857 un grupo de trabajadoras de una fábrica textil de Nueva York decidieron protestar por las míseras condiciones laborales en las que se encontraban, día a partir del cual se sucedieron manifestaciones hasta quedar referenciada esta fecha como el Día Internacional de la Mujer. La huelga feminista de este 8 de marzo de 2019 evidencia el papel fundamental de la mujer en la sociedad, sobre todo en los llamados trabajos invisibles, aquellos que sostienen la vida y la economía: acabar con esa cultura machista aún interiorizada en hombres y, hay que incidir, también en mujeres. A nadie escapa que las féminas que trabajan, que han luchado por su independencia económica llevan sobre sus espaldas más peso porque en el ámbito familiar la carga que soportan es mayor; en un siglo y medio se ha avanzado mucho más en la igualdad de género respecto a los derechos y también en el mundo laboral que en el ámbito familiar, es un hecho que las mujeres asumen más las obligaciones respecto a familia y hogar. Hombres que de puertas a fuera respetan a las mujeres como iguales pero dentro no tanto, mujeres que fuera de su hogar se baten el cobre pero que dentro aún piensan instintivamente que les corresponde a ellas más responsabilidades respecto a la familia y su bienestar, lo que las lleva a trabajar el doble. Sin olvidar las que no han tenido oportunidades de un trabajo y se dedican a su familia y casa o las que decidieron voluntariamente que ese es el trabajo que quieren, lo que antaño se le denominaba "sus labores" que aparecía así hasta en el DNI. Expresión machista que daba a entender que esas eran las labores de la mujer. Parece que en este ámbito, el familiar, cuesta más cambiar la cultura y conseguir la igualdad de género. Por ello, el camino por recorrer aún es largo.   

El hombre. En estos tiempos, para un hombre normal no existe duda posible ante el derecho natural, humano y constitucional, de que mujeres y hombres tengan exactamente los mismos derechos y deberes, obligaciones y, cómo no, oportunidades. Es más, un hombre normal se asombra solo ante el debate que pueda poner en duda este indudable hecho, innegociable, necesario y justo. Pero sucede que al tratarse de un asunto tan sensible, porque la historia ha cargado de razones a mujeres que por el simple hecho de serlo han padecido y aún muchas padecen desigualdad, violencia y muerte, abordarlo sin esquivar sombras resulta peligroso por cuanto al menor desliz gramatical le cuelgan, por normal que sea el hombre, el cartel de machista, ese tan al uso para quienes casi cualquier cosa bordea el machismo. Y cuando a un hombre de este siglo le llaman machista es como si le colgaran al hombro toda la culpa de abusos sobre mujeres, y eso tampoco es. 

Y también hay situaciones que en la sociedad actual sufre en especial el género masculino que no se difunden y que resultan sorprendentes cuando se conocen, como por ejemplo que en España se suicidan cada año entre 3.600 y 3.700 personas, una media de diez al día, 2,5 personas cada hora -duplican a las que se producen por accidente de tráfico y son 80 veces superiores a las que causa la violencia machista-. El 75 por ciento de los que se suicidan son hombres, siete de cada diez al día, un tema que durante décadas se ha considerado tabú y que ahora, levemente, los expertos recomiendan que se empiece a tratar, de buscar explicaciones a sus causas y de la necesidad de activar un protocolo más eficaz para combatirlo. El Día Mundial para la Prevención del Suicidio es el diez de septiembre, apenas tiene espacio en los diferentes informativos nacionales y no cuenta con asociaciones ni colectivos dedicados a este problema, ni políticos que lo pongan sobre la mesa. Merecería la pena dedicar esfuerzos a conocerlo y establecer mecanismos preventivos, porque en nuestra sociedad debe existir cabida para todos los problemas sociales, sea cual sea el género que especialmente los sufra. Este afecta, sobre todo, a hombres.

La discriminación positiva ha permitido avances en la igualdad de género, aunque no siempre bien o de manera justa. En un principio, era necesaria porque con ella se pretendía buscar el equilibrio favoreciendo corregir sesgos contra mujeres, pero quizás hoy habría que replantearlo porque toda evolución exige adaptación. Cuando la lucha por la igualdad se basa en producir desigualdad, algo está mal. Y esto ocurre en ámbitos donde debe imperar el mérito y la capacidad cuando se confunde igualdad con tratamientos favorecedores de un género sobre otro, lo que no coadyuva en mucho porque el efecto puede ser boomerang al provocar rechazo tanto en hombres como en mujeres. Las obligadas listas electorales "cremallera" es uno de estos ejemplos, su conformación de alternancia de sexos consigue quejas entre bambalinas tanto de mujeres como de hombres que se ven situados tras alguien de distinto sexo pero con menos mérito. Imponer la obligación de un hombre como Consejero de Administración con poco mérito para serlo es tan pernicioso como imponer Consejera a una mujer por cuota de género. Situaciones como éstas tienen el rechazo de ambos géneros, verbalizado con más facilidad por las mujeres que reniegan de que por "la cuota" puedan alcanzar puestos quienes no acreditan mérito para ello. 

Es un hecho que la mujer ha demostrado en el mundo de los estudios, en el laboral, en la administración pública en general y en la política en particular ejercer de manera brillante, comprometida y eficaz, quizás en un principio gracias a esas listas cremallera logró esto, eso no se discute, pero empieza a ser necesario un debate que fomente la verdadera igualdad y esta pasa solo por una elección basada en mérito y capacidad, medido, eso sí, en condiciones de igualdad y no en una alineación por sexos.

La división entre sexos es peligrosa, de hecho entre parte del colectivo feminista radical se habla de las mujeres como clase social y, por tanto, se agrupa a los hombres en otra clase social y eso es profundizar en la desigualdad. Estamos empezando a vivir situaciones donde el hombre se siente tratado como si por el hecho de serlo puede ser un machista o un acosador en potencia. Donde los protocolos marcan una protección de la mujer y desprotección hacia el hombre. No es discutible que la sociedad ha de tener mecanismos de protección para las mujeres que sufren tratos discriminatorios, vejatorios y aún más intensos para la violencia machista, pero se hace necesario un replanteamiento de ellos que evite situar al hombre en una desprotección o incluso a sufrir situaciones personales, familiares o jurídicas injustas -todos conocemos casos-. Porque la condición humana es la que es y cuando el sistema sobreprotege de forma radical a un colectivo siempre hay quienes sin honestidad se aprovechan de la situación. 

Para los hombres honestos la división entre sexos está suponiendo un cambio radical en su comportamiento, de hecho resulta difícil adivinar la línea que separa lo caballeroso de lo presunto machista. Escuchar a los jóvenes es ilustrativo, se sienten a veces descolocados con esa amenaza continua de pasar por el calabozo ante situaciones que en nada deberían tacharse de machista o acosadora, pero ante la policía la palabra de la chica es dogma de fe y ante ello los chicos poco pueden hacer. Y eso es injusto. Lo cual no quita que ante la violencia la mano de la justicia deba ser extremadamente dura. Pero del mismo modo que lo debería ser ante mujeres acosadoras, que las hay, o ante las que abusan de la debilidad natural masculina, o las que por un motivo u otro llegan a hundir a hombres honestos sabedoras de la sobreprotección que gozan por su condición femenina. Urge un serio análisis sociológico y una reformulación de protocolos de actuación porque al final, según indican algunos estudios, entre la juventud masculina está aumentando el machismo como rechazo a la desprotección que sienten. Las políticas de género de hace treinta años no pueden ser las mismas que las ahora necesarias porque en nada se parece la sociedad, sus hábitos y la forma de relacionarse hoy a entonces. Y si el efecto buscado en pro de la igualdad de género provoca el rechazo y nuevos modos de conflictos entre géneros, en algo nos estamos equivocando.  

El lenguaje. En castellano el plural en masculino representa a ambos géneros, por tanto no es necesario el "nosotros y nosotras" porque el "nosotros" recoge a todos sin que por ello nadie deba sentirse excluido, sea mujer, transexual o hombre de alto o bajo porte. Nosotros somos todos. Del mismo modo, los artículos determinados que acompañan al sustantivo detectan el género masculino o femenino de las palabras, por tanto la presidente o la alcalde o la concejal es hacer un uso correcto de la gramática y es incorrecto, por tanto, la presidentala alcaldesa o la concejala. Todos somos conscientes del atropello burdo que se ha hecho del castellano en pos, supuestamente, de la igualdad, promovido en parte por quienes de la desigualdad histórica viran hacia la división. Mujeres grandes profesionales rechazan este tipo de lenguaje de género imposible de escuchar por innecesario y porque es la vertiente frívola de la lucha por la igualdad, que provoca rechazo en ambos sexos y no ayuda en nada al objetivo final. Y qué decir de ese tipo de demostración de igualdad de género llevado al extremo de modificar la historia o las tradiciones, cuando éstas son lo que son y merecería la pena meditar conservarlas intactas y no caer en designar a una mujer como Rey Mago, que resulta tan fuera de lugar como si en un portal de Belén viviente la Virgen María la encarna un hombre o en Semana Santa el paso de la Virgen fuese con una figura masculina y el del Cristo crucificado con la de una mujer.... Todo este tipo de actuaciones de feminismo extremo desvirtúan las verdaderas políticas de igualdad, tan necesarias, pero también tan conveniente que se modulen en función de los tiempos. 

La hembra del suricato protege el territorio y busca nuevos hábitats en manadas compuestas por unos 40 ejemplares. Los suricatos son una de las ocho especies animales donde mandan las hembras, junto a abejas, bononos, orcas, elefantes, hienas, lémures y leones. En las demás lo hacen los machos. Los humanos buscamos un régimen único, igualitario, difícil de cuadrar porque aún reconociéndonos iguales en derechos y oportunidades nos sentimos distintos porque partimos desde códigos genéticos diferentes. No mejores unos de otros. Y conseguir esa igualdad absoluta quizás sea el gran reto de la humanidad.

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