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Basada en hechos reales

Enfrentarme al folio en blanco a la hora de comenzar esta crítica, al contrario que en el resto de ocasiones, ha resultado estimulante

Publicado: 08/06/2018 ·
10:04
· Actualizado: 08/06/2018 · 11:01
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  • Basada en hechos reales. -
Autor

Jesús González Sánchez

Jesús González es graduado en Ciencias Ambientales y profesor de Educación Secundaria en El Puerto

Sala 3

Análisis crítico (más pasional que racional) de los mejores estrenos cinematográficos de cada semana

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Enfrentarme al folio en blanco a la hora de comenzar esta crítica, al contrario que en el resto de ocasiones, ha resultado estimulante. Basada en hechos reales (2017), la nueva película de Roman Polanski, contiene, en varias ocasiones, el plano de su actriz protagonista (Emmanuelle Seigner) asomándose al abismo incoloro y titilante de la pantalla en la que debería comenzar a escribirse su nuevo éxito de ventas. Esos planos, inquietantes y agónicos, han vuelto a evocarme las pulsiones indescifrables que acompasan los inicios de la creación, repletas de sensaciones enfrentadas entre el deseo y el pánico. Enfrentarse al folio en blanco es afrontar un salto a lo desconocido o, como plantea Polanski, una caída libre hacia las profundidades de uno mismo.

El director de La semilla del diablo (1968) aborda como un thriller el proceso creativo al que se somete una afamada escritora francesa, Delphine, al afrontar la escritura de su próxima novela. Como en la película más afamada del director, la narración se ve invadida por una angustiosa paranoia cuando Elle (Eva Green), una enigmática mujer, aparece en escena para entrometerse paulatinamente en los aspectos más íntimos de la vida de la escritora.

Polanksi propone, junto a Olivier Assayas, que coescribe el guion, un juego pesadillesco en el que ambas protagonistas se sumergen en una confrontación psicológica por tomar las riendas de las decisiones creativas que conformarán la próxima obra de la escritora. Los diálogos, exquisitamente orquestados, nunca dejan de ofrecer información relevante para la historia, así como la puesta en escena, que favorece una narración depurada y meticulosa a la vez que realza el duelo interpretativo en el que se enzarzan ambos personajes —y sus respectivas actrices—. Es curioso, por ejemplo, cómo Polanski decide darnos información a través del movimiento perspicaz y a veces casi imperceptible de la cámara, que persigue el movimiento de ambas actrices dependiendo de quién lleve la voz cantante en la narración, rememorando un elemento narrativo clave en el cine de David Fincher, otra figura mayúscula en la realización del thriller contemporáneo.

La cinta profundiza temas recurrentes de la filmografía más reciente del director polaco, como La Venus de las pieles (2013) o El Escritor (2010), lo que provoca un déjà vu constante durante su visionado, pero esta vez Polanski parece entregarse del todo a la vertiente más traviesa y provocadora de su cine, ese que evoca a De Palma, Verhoeven y Aronofsky, mientras se divierte teorizando sobre la deconstrucción a la que debe supeditarse un creador y la delgada línea que separa ese proceso de su total desaparición —el coqueteo constante de sus protagonistas con la muerte o las referencias al suicidio— o de su transformación en otro —el Doppelgänger prohibido, oculto, deseado y a la vez temido que surge del imaginario—.

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