El pasado domingo fuimos testigos de una nueva acción propia de la ciudadanía de Jaén, el paseo reivindicativo que organizó la Plataforma “Salvemos el Cerro de la Fuente de la Peña”, que con contó con una nutrida participación popular, bien valorada por los organizadores dada la previsión de lluvia para esa mañana y el poco tiempo de promoción con el que contaron.
Esta acción ha sido un ejemplo más de la trascendencia popular que tiene todo lo relacionado con la posible modificación y alteración del paisaje, porque sobre él descansan algunos de los principales pilares de la identidad de las poblaciones. Tocar la fisonomía del paisaje en el que se desenvuelve nuestra vida cotidiana es siempre una acción arriesgada, cuyo resultado no es satisfactorio en numerosas ocasiones. Hay muchos ejemplos en la historia reciente de nuestro municipio. Así, aún escuece la profunda alteración que se hizo en la plaza Dean Mazas, que quedó despojada de su singularidad al eliminarse los jardincillos que le daban una dimensión amable o sustituir sus baldosas de “diseño Jaén” por un anodino granito gris de discutible resultado.
Otro ejemplo algo anterior fue la innecesaria remodelación que se hizo de la Alameda de Capuchinos (como siempre se ha conocido), parque desde 1577 que como tal Jardín Histórico fue declarado Bien de Interés Cultural a petición de la asociación GEA en 2011, y del cual el comentario generalizado del público asistente al paseo botánico-poético que recientemente organizó este colectivo, fue la añoranza de la formidable vegetación que había antes de su remodelación.
Ahora se ha anunciado la intervención municipal en el paraje de Los Cañones y creo que es una apuesta arriesgada del gobierno de Julio Millán, porque supone trajinar en un paisaje imbricado en el alma popular del jiennense, y sin dudar de la buena intención de los promotores municipales, es necesario dar a conocer el proyecto definitivo a la población e indagar el parecer popular de esta intervención, para evitar tropezones emocionales en nuestra identidad colectiva, que luego son de reparación difícil o completamente imposible, como en el caso de la horrorosa cantera de la Fuente de la Peña.
El paisaje inmediato de nuestro contexto urbano o el del amplio horizonte de nuestros campos y montañas está hecho de jirones de nuestra memoria. En cada elemento que lo forma descansan los recuerdos de miles y miles de vidas, con los colores o el blanco y negro de cada experiencia. Cada imagen que compone estos escenarios de lo cotidiano, está impregnada por los sentimientos y emociones de cada cual y evoca cada pasaje de nuestra vida. ¿No es esto nuestra identidad?
