"No siento ningún miedo porque estamos unidos, sólo asombro". Vecina del extrarradio parisiense, Isabelle Rosaine no se esperaba esto; ni ella ni los centenares de miles de personas que han anegado las calles de la capital francesa para condenar hoy el terrorismo y defender el ideario republicano.
Como Rosaine, son muchos los ciudadanos que muestran su estupefacción ante la masiva respuesta de una ciudad colapsada que, después de tres días de angustia, se desahoga en silencio a lo largo de los grandes bulevares parisienses.
"Lo de hoy es extraordinario, un viento de solidaridad", asegura.
Antes, el día empezaba a bordo del transporte público, en el metro y los autobuses que surtían una marea humana que pronto ha devorado el tráfico y confinado en sus inmuebles a los vecinos del corazón de la capital.
"Había que venir", afirma a Efe Philippe Lemaître visiblemente emocionado, antes de apuntar con la mirada al lema que sostiene junto al pecho: "No toquéis mi democracia".
A este parisiense, que ha acudido para "rendir homenaje a los muertos por la libertad de expresión", le gusta remarcar que, en su opinión, "la política debería mantenerse al margen de una jornada que pertenece al pueblo y no a los partidos".
Muy presente, el imperativo "hay que venir" también resuena tras las palabras de Thomas Peloguin, quien, acompañado de su familia, integra la marcha para "estar juntos, ser humildes y demostrar que el miedo no existe".
"¿Por qué? Porque Francia y el mundo están unidos esta tarde en París", sentencia ante el gesto atento de su hijo.
A sus pies, el atestado bulevar Voltaire apenas deja ver la simbólica Plaza de la República, punto de partida de una manifestación que cubre el recorrido previsto bajo un cielo claro y limpio de nubes, insólito en el gris enero parisiense.
Sobre la calzada y ante ventanas abarrotadas de rostros de asombro, las familias se mezclan con estudiantes, jubilados y un crisol de comunidades, arropados por banderas francesas y de todo el mundo.
Fatha es hindú y se ha acercado al bulevar porque, relata necesitaba subrayar que "la religión no tiene nada que ver con la masacre de Charlie Hebdo".
"Los musulmanes estamos absolutamente contra la violencia y así será hasta que la paz se instale en un país que siempre nos acogió. La libertad de expresión hace que seamos lo que somos", precisa por su parte Etika, una parisiense que se abraza sonriente a su hermana, expresamente venida de Marruecos para la marcha.
Junto a ella, empujados por la marea humana, un matrimonio mayor elogia sus palabras bajo una pancarta que repite el ya histórico "Je suis Charlie". Detrás, un grupo de escolares vitorea a una patrulla de emergencias sanitarias.
"Es la primera vez que me manifiesto", confiesa Etienne, antes de alertar, alzando la voz sobre un aplauso momentáneo, del peligro de confundir islam y terrorismo.
Con una ejemplar coordinación, entretanto, el río de gente progresa lentamente hacia la Plaza de la Nación, al este de la ciudad, prorrumpiendo en ovaciones y aplausos que, en ocasiones, en los distintos tramos del trayecto, antecede a una Marsellesa enlutada.
Para Gaethan y Timothé, dos veinteañeros que confiesan participar en su primera manifestación, resulta "absurdo ver a ciertos líderes entre la marcha" en un acto "más que incoherente con sus políticas", en alusión al primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu.
"Pero da lo mismo, nadie se apropiará de este día", sentencian.
A su espalda, serpenteante, la columna humana se resiste a abandonar calles y plazas porque seguramente, aventura Gaethan, hoy "se sienten ciudadanos".
Y tal vez, al fin y al cabo, se trataba de eso, de recordar que una vez Francia fue el país que dio sentido a esa palabra.