Un juzgado de lo penal de Barcelona jozgó ayer al joven, que afronta tres años de cárcel por la agresión racista ocurrida en octubre de 2007 en un vagón de los Ferrocarriles, en una amplia sala del Palacio de Justicia habilitada al efecto a la que llegó tras superar el asedio de una treintena de medios, en un despliegue con pocos precedentes en la crónica judicial.
Sergi Xavier M.M. se negó a contestar a las preguntas de la fiscalía y de las acusaciones particular y popular, ejercidas por la familia –con un cotizado abogado pagado por el Gobierno ecuatoriano–, la Generalitat y la organización Sos Racismo.
Guiado por las preguntas de su abogado, el procesado mantuvo que no recuerda nada de esa noche, en que había tomado varias cervezas y cubatas, además de pastillas de éxtasis, pero dijo arrepentirse de la agresión porque “nadie se merece lo que yo le hice a esa chica”, añadió.
“Me doy asco a mí mismo, ese día no era yo”, así se justificó el procesado ante la juez, en una línea de defensa que mantuvo hasta en su derecho a la última palabra, cuando insistió: “Siento mucho lo que hice, no es normal hacer eso”.
El interrogatorio de su letrado permitió a Sergi Xavier esbozar un duro relato autobiográfico: abandonado por su madre al año y medio de vida, y con un padre del que sólo recibía “castigos y palizas”, el procesado ha vivido siempre con su abuela, aunque bajo tutela de la Generalitat. A los 6 años, lanzó una silla a un maestro y empezó un tratamiento psicológico que apenas ha abandonado en los últimos años, debido a varios brotes esquizofrénicos.
Protegida por una mampara para evitar encontrarse con él, declaró la víctima, que corroboró los problemas de insomnio y el temor que arrastra a raíz de la agresión sufrida, aunque dijo que la amplia difusión mediática que tuvo su caso ha contribuido a que se sienta más segura.