La bajada de las aguas de la inundación provocada por la destrucción, el 6 de junio, de una presa en Ucrania está revelando la magnitud de la tragedia en la zona ocupada por las fuerzas rusas, donde los vecinos denuncian saqueos y entierran con urgencia a los ahogados que aparecen en las zonas anegadas.
“Hay muchos ahogados, las morgues están llenas”, dice una vecina de uno de las localidades más afectadas sobre la realidad que deja tras de sí la riada.
“Hoy ha habido 67 funerales”, y “habrá más muertos a medida que siga decreciendo el agua”, explica esta mujer que pide mantener su anonimato ante posibles represalias de las autoridades de ocupación rusa, que según las autoridades y varias oenegés ucranianas hacen todo lo posible para esconder la magnitud del desastre.
El testimonio de esta residente de la parte de la provincia de Jersón ocupada por las fuerzas rusas es una de las decenas de denuncias recabadas por la activista Diana Dereveanco, cuya organización cívica, Comunidad Progresista, trabaja desde Moldavia para ayudar a refugiados ucranianos y documentar crímenes de guerra rusos.
DESASTRE EN LA ZONA OCUPADA
Debido a su menor altitud, la margen oriental del río Dniéper a su paso por la provincia de Jersón, en el sur de Ucrania, se ha visto más afectada que la orilla derecha. Además de las condiciones orográficas, la margen oriental del Dniéper tiene otra desventaja sobre la otra orilla del río.
La provincia de Jersón que queda al este del Dniéper está ocupada por las fuerzas rusas que, según Kiev, volaron con explosivos y de forma intencionada la presa para dificultar una posible ofensiva ucraniana en la zona.
Mientras el Gobierno ucraniano ha organizado amplios dispositivos de rescate en la orilla occidental que controla que funcionaban incluso bajo los bombardeos rusos, los vecinos de la margen oriental denuncian el abandono de unas autoridades de ocupación que habrían impedido trabajar a los voluntarios y están llevando a cabo saqueos.
La oenegé Human Rights Watch ha publicado esta semana el testimonio de una mujer de la localidad de Oleshki, una de las que quedaron sumergidas bajo el agua, que denuncia el bloqueo impuesto por las fuerzas rusas tras el desastre.
Según la mujer, las autoridades de ocupación prohibieron las entradas y las salidas a la localidad, impidiendo marcharse a quienes intentaban hacerlo en coche cuando el nivel del agua aún lo permitía y llegando a disparar al aire para disuadir a voluntarios de otras zonas que iban a ayudar dos días después de la catástrofe.
TELEVISORES, GENERADORES Y BOTES
Tanto las autoridades ucranianas como oenegés como la de Diana Dereveanco, la activista que denuncia las atrocidades de la invasión rusa desde Moldavia, han informado de saqueos sistemáticos en las zonas afectadas por la inundación.
Según el Estado Mayor del ejército ucraniano, las fuerzas rusas envían camiones vacíos que son presentados como transportes de ayuda humanitaria para después cargarlos con muebles, equipos electrónicos y otros bienes que los militares rusos estarían robando de las viviendas en las localidades desalojadas.
Testimonios recogidos por Dereveanco confirman estas denuncias y describen la aparente avidez rusa por los equipos aún funcionales de electrónica que encuentran en las casas evacuadas.
Antes de que pudieran comenzar siquiera las labores de rescate, dicen algunas de estas voces, soldados rusos robaron de algunas casas los botes y generadores que iban a necesitar para salvarse o ayudar a los vecinos.
UNA CATÁSTROFE NATURAL IRREVERSIBLE
Además del drama humano, la voladura de la presa ha provocado una catástrofe natural en muchos sentidos irreversible. “La ocupación rusa está provocando sufrimiento extremo a muchos niveles que se superponen y se agravan unos a otros”, dice a Efe Anastasia Pavlenko, de Extinction Rebellion Ucrania.
La activista del grupo internacional de acción ecologista advierte de que “aguas contaminadas fluyen por ciudades y pueblos ucranianos hacia el Mar Negro acabando a su paso con todas las plantas y los animales que encuentran”.
“Tenemos ante nosotros una catástrofe global”, dice Pavlenko, que exige a la comunidad internacional una reacción más contundente ante este “ecocidio”.