No sé yo si a estas alturas queda alguien en el planeta tierra que no esté preocupado por la imparable evolución de la Inteligencia Artificial o por los modos y formas de esas transnacionales carentes de cualquier respeto por el ordenamiento jurídico de los Estados que son las redes sociales, capaces de oponer su particular ética a la soberanía de un país como Brasil, por ejemplo, que quiere que sus jueces, como es lógico, puedan ordenar el cierre de los perfiles, siempre que se considere ajustado a derecho. Llama la atención la impunidad con que actúa X, por ejemplo, esa red social del pajarito antes llamada Twitter, que en los últimos años ha iniciado una deriva de censura difícilmente defendible, aunque, sinceramente, hay algunos ejemplares humanos que, escudados en el anonimato, han hecho de X un espacio en el que insultar y atacar gratuitamente a todo el que se ponga por delante. Me ha llamado la atención poderosamente que, tras la muerte de una persona muy conocida hace pocos días, algunos de los mensajes llenos de odio que le han dedicado pasen desapercibidos. Al parecer, el cariz de esas palabras se debía a la ideología política del finado. No voy a reproducir los mensajes, sólo expreso mi incredulidad por la forma de atacar a la gente despersonalizándola y riéndose de hechos luctuosos que, seguramente, han dejado a una familia destrozada para los restos. Y así todo. Después hay quien se enfada cuando digo que Twitter es un estercolero. Un paseo por la red social antes de dormir te sirve para echarte a llorar y contemplar cómo hay tipos llamando al golpismo en España, esparciendo bulos racistas o xenófobos o tipas llamando violadores a todos los hombres, aunque el espectáculo que da mi propio sexo, como pueden ver en el juicio terrible de Francia acerca de un hombre que drogaba a su mujer para que la violaran, sea espantoso en demasiadas ocasiones. Oigan, la gente no suele estar así de cabreada. La libertad de expresión no ampara el insulto. Puede defenderse cualquier postulado sin atacar a nadie, aunque ahora la moda sea atacar al mensajero. Hay quien ve el insulto siempre en el otro pero nunca en sí mismo. Ya habló Humberto Eco de las redes sociales como de “la invasión de los idiotas”, entre los que, por cierto, me incluyo como cliente y usuario de algunas de estas redes. Al fin y al cabo, se trata del ser humano y su triste comportamiento.
Fuego amigo
La invasión de los idiotas
La libertad de expresión no ampara el insulto. Puede defenderse cualquier postulado sin atacar a nadie, aunque la moda sea atacar al mensajero
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En mis columnas hablo de la Málaga que fue, de la que es y, a veces, de la que será
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