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Libro del corazón

Tormentas de arena en el corazón

Que ese polvo penetre hasta llegar a alojarse en el interior de las arterias coronarias no parece cosa fácil pero todo depende del diámetro de estas partículas.

Publicado: 01/05/2021 ·
14:15
· Actualizado: 09/05/2021 · 12:57
Autor

José Manuel Revuelta Soba

Catedrático de Cirugía y Profesor Emérito de la Universidad de Cantabria. Ex-Jefe de Cirugía Cardiovacular del Hospital Valdecilla de Santander

Libro del corazón

Descubriendo el interior del corazón humano, órgano maravilloso, fuente de vida e investigación de calidad

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Desde hace años, venimos observando, por los medios de comunicación, que los asiáticos utilizan habitualmente mascarillas, ante cualquier aviso oficial de la presencia de enfermedades de transmisión aérea -gripe, neumonía, diversos virus-, o bien de niveles inaceptables de contaminantes atmosféricos.

En cortos periodos de tiempo, estas enfermedades pueden extenderse a amplios sectores de la población, particularmente en las grandes ciudades, donde el aire ambiental suele contener múltiples microorganismos -virus, bacterias y hongos-, así como nocivos productos químicos emitidos por la industria y el transporte -monóxido de carbono, óxidos de nitrógeno, hidrocarburos y compuestos de plomo-, y otros derivados de la combustión del carbón vegetal, mineral y combustibles fósiles -óxidos de azufre, nitrógeno u otros subproductos-, que constituyen la denominada contaminación antropogénica.

Además, el aire ambiental suele transportar una abundante cantidad de polvo procedente de las tormentas de arena de los desiertos -contaminación no antropogénica-. Todos estos componentes tóxicos pueden provocar una inflamación aguda o crónica del delicado tejido pulmonar, con el consiguiente incremento en la incidencia de los problemas respiratorios u otras afecciones que perjudican la salud.

 Este artículo de divulgación pretende informar del estado actual de la Ciencia sobre la posible relación entre la inhalación del aire contaminado, con alto contenido de polvo desértico, y el aumento en la incidencia de infartos de miocardio.

Tormentas en los desiertos

La Organización Mundial de la Salud (OMS), la Organización Meteorológica Mundial, a través de su departamento Sand and Dust Storm Warnig Advisory and Assessment System (WMO, SDS-WAS), la Agencia Europea del Medio Ambiente (AEMA) y la Red de Calidad del Aire de las Islas Canarias alertan sobre los efectos perniciosos sobre la salud del progresivo incremento de las partículas de polvo, arrastradas por el viento, procedente de las tormentas de arena de los mayores desiertos del mundo. Las principales regiones emisoras de polvo desértico se encuentran en el llamado Cinturón de Polvo, que se extiende por el norte de África, Oriente Medio y el interior de Asia.

El desierto de Sahara, el más grande del Mundo (9,4 millones km²), cubre un 30% de la superficie del continente africano, desde el Atlántico hasta el Mar Rojo. El actual cambio climático está provocando frecuentes tormentas de arena, debidas a las repentinas corrientes de aire frío que llegan al desierto, dando lugar a un ascenso brusco del aire caliente hacia la atmósfera, junto con finas partículas de arena, que los fuertes vientos arrastran hacia los continentes europeo y asiático.

Otras grandes extensiones de arena, ubicadas en Asia, como el famoso desierto de Arabia (2,3 millones km²) que se extiende a través de Yemen, Golfo Pérsico, Omán, Jordania e Irak, y el gran desierto de Gobi (1,3 millones km²), ubicado sobre el Himalaya, noroeste de China y sur de Mongolia, igualmente ocasionan un finísimo polvo de arena que, transportado por el viento, llega a grandes núcleos urbanos, donde provoca un incremento en la incidencia de algunas enfermedades, fundamentalmente de origen respiratorio.

Los expertos en protección del aire ambiental denominan a estas finas partículas como material particulado o PM (del inglés, Particulate Matter), término que engloba una amplia mezcla de partículas sólidas y pequeñas gotas que se encuentran en el aire; algunas de estas partículas -polvo desértico, suciedad, hollín- son lo suficientemente grandes y oscuras para apreciarlas a simple vista.

El polvo procedente del desierto está constituido por pequeñas partículas de un diámetro ≤ 10 micras (milésima parte del milímetro: µm), en su mayoría procedentes de África, Oriente Medio y Asia, que suponen entre 1.500 – 2.000 Tg/año (1 Teragramo, Tg = 1.000 millones de kilos). El desierto de Sahara es el mayor productor mundial de este polvo mineral -hasta 70% de las emisiones anuales-. Hace poco tiempo, hemos visto cómo llegaron a cubrir totalmente las pistas de nieve en nuestras estaciones de esquí.

Polvo del desierto cubre una estación de esquí.

El polvo de arena arrastrado por el viento que se origina en los desiertos de China y este de Asia, conocido como polvo asiático -Kosa, arena amarilla-, muy poético en la primavera de Japón, era aceptado como un fenómeno natural inofensivo. Sin embargo, se ha convertido en un problema de atención médica serio, ya que los estudios epidemiológicos han demostrado sus efectos adversos para la salud, con un incremento significativo en la incidencia de enfermedades respiratorias y cardiovasculares.

A diario, se controlan las concentraciones de partículas PM10 y PM2,5 del aire ambiental, estas últimas muy finas de diámetro ≤ 2,5 μm o ultrafinas de ≤ 0,1 μm son más frecuentes en las tormentas de arena de los desiertos asiáticos. Por el contrario, en el desierto de Sahara se generan fuertes vientos transportadores de partículas gruesas, más propensas en lesionar el epitelio bronquial -delicada estructura con cilios que reviste el interior de las vías respiratorias para humedecer y expulsar los cuerpos extraños-. Esta irritación del epitelio bronquial puede originar afecciones respiratorias, como enfermedad pulmonar obstructiva crónica (EPOC), neumonía y asma bronquial.

Del desierto al interior de las arterias coronarias

Es fácilmente entendible que el polvo que respiramos termine depositándose y dañando los bronquios y afectando el delicado tejido pulmonar; sin embargo, que ese polvo penetre hasta llegar a alojarse en el interior de las arterias coronarias del corazón no parece cosa fácil, pero todo depende del diámetro de estas partículas de polvo desértico.

Las partículas finas y ultrafinas (PM ≤ 2,5 μm) respiradas llegan a los bronquios y a sus ramificaciones más pequeñas, los bronquiolos, hasta alcanzar los pequeños alveolos pulmonares, lugar donde se produce el vital intercambio gaseoso-sangre. Estas delicadas estructuras saculares están rodeadas de una red de finísimos vasos, llamados capilares, separados de los alveolos por la membrana alveolo-capilar. Este filtro biológico tiene la función de posibilitar la llegada del oxígeno contenido en el aire respirado (21%) a los glóbulos rojos -hematíes- de la sangre y que estos viertan los gases de desecho -anhídrido carbónico (CO2)- al aire alveolar para su expulsión con la espiración.

En días de alta contaminación por tormentas de arena, suelen inspirarse millones de partículas PM10 y PM2,5, que son expulsadas de los bronquios y bronquiolos, pero pueden llegar a los alveolos y traspasar la membrana alveolo-capilar. Estas partículas de arena y polvo de la combustión se van depositando por el cuerpo, incluso llegan a las arterias cerebrales y coronarias. Afortunadamente, la inmensa mayoría de estas partículas son eliminadas, pero algunas pueden afectar el delicado revestimiento interno -endotelio- de estas arterias.

 

Para entendernos, el endotelio coronario dañado por este “papel de lija biológico”, atrae a las plaquetas que tratan de reparar estas lesiones, lo que da lugar a un peligroso acúmulo plaquetario que origina el llamado “trombo blanco”, que se recubrirá de abundantes glóbulos rojos, constituyendo el “trombo rojo”. Este coágulo, mezcla de plaquetas y hematíes, puede llegar a obstruir alguna de las arterias coronarias, provocando un infarto de miocardio.

Los estudios científicos publicados sobre la posible influencia de estas finas partículas de arena y la enfermedad coronaria son escasos y contradictorios. Recientemente, se ha observado en Japón, los días posteriores a las tormentas de polvo asiático, un incremento significativo de infartos de miocardio, en personas de ≥ 75 años, sexo masculino, con hipertensión, diabetes mellitus y enfermedad renal crónica.

  https://doi.org/10.1093/eurheartj/ehx509

Debe tenerse en cuenta que el rango de diámetro de las partículas de polvo asiático, analizado en este estudio japonés, osciló entre 1 y 8 μm (mediana, 3 μm), lo que indica que se trata de partículas muy finas (PM2,5), que afectan claramente la salud.

En general, el polvo asiático está formado por una mezcla químico-microbiana muy tóxica, como isótopos radiactivos, metales pesados, minerales, hidrocarburos aromáticos policíclicos y dioxinas, materiales biológicos -virus y bacterias-, que se emiten abundantemente en las áreas industriales de China. Por ello, no se ha podido determinar con seguridad científica que las partículas de polvo desértico constituyan un factor de riesgo independiente del infarto de miocardio.

 

No todo son malas noticias

Acaba de aparecer en la literatura médica especializada un trabajo realizado en las Islas Canarias, con la participación de destacados científicos de Tenerife, Madrid, Almería y Asturias, donde estudian el impacto del polvo sahariano en la incidencia de la enfermedad de las arterias coronarias -síndrome coronario agudo, infarto de miocardio-

 https://doi.org/10.116/j.recesp.2020.01,030

Se llevó a cabo en Tenerife, la isla canaria de mayor extensión, donde los vientos alisios -marzo a agosto- contribuyen a buena calidad del aire, aunque se producen episodios de importantes tormentas de arena, con alta concentración de polvo sahariano, en dos épocas del año -noviembre a marzo- y -julio a agosto-. Gran parte de las partículas de polvo del Sahara analizadas eran gruesas (PM10), con mayor probabilidad de depositarse en las vías respiratorias altas y no llegando a traspasar la membrana alveolo-capilar, por tanto, no representan un riesgo real para el corazón. Estos investigadores concluyen que es improbable que la exposición al polvo sahariano tenga relación con la incidencia de infartos de miocardio.

Este estudio sobre la contaminación del aire con polvo sahariano, como el japonés con polvo asiático, demuestran que las partículas relacionadas con el trasporte y la industria son más dañinas para las arterias coronarias que las procedentes de los desiertos. Estas finas arenas de material particulado en suspensión tienen su diana preferida en los pulmones, no en el corazón.

 

“Guerra avisada no mata soldados” – Refrán español

  • En días de alta polución ambiental, causada por tormentas de arena del desierto, bueno es aprender de los asiáticos y utilizar mascarillas en exteriores y pocos paseos, hasta que mejore la calidad del aire.
  • Las partículas procedentes del desierto de Sahara suelen ser gruesas, pudiendo causar afecciones del aparato respiratorio y, raramente, infartos de miocardio.
  • Las partículas finas y ultrafinas, más frecuentes en el polvo asiático, pueden traspasar la membrana alveolo-capilar y penetrar en la circulación sanguínea, llegando a alcanzar y dañar el interior de las arterias coronarias, favoreciendo la aparición de infartos de miocardio.
  • Los pacientes mayores de 75 años, de sexo masculino, hipertensos, con diabetes y enfermedad renal crónica presentan una incidencia elevada de infartos de miocardio, los días posteriores a las tormentas de arena, particularmente en Asia.
  • Conviene recordar que “el corazón no es ajeno a lo que nos rodea”, sobre todo si viajamos al precioso continente asiático.

 

José Manuel Revuelta

Catedrático de Cirugía. Profesor Emérito de la Universidad de Cantabria

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