Se presentaba un fin de semana pasional en lo deportivo, con el Paraíso jugándose los cuartos ante el Pozo Murcia, y el Real, como casi siempre, agonizando por salir del pozo de su propia historia, que es vivir como se puede. Si la esperanza es lo último que se pierde, lo primero es la condición física. Los dos equipos llegaron justos de resuello al final de la competición, y las bajas del amarillo Espíndola y del blanco Espín sembraban dudas entre los aficionados, que acabaron como el Spinario de los Museos Capitolinos, pero llevándose la mano al alma, encallecida por tantos años de suspiros albimorados. Batieron el récord de asistencia a un partido de la quinta categoría española, más de diez mil ánimas que acabaron suplicando una entrada al Purgatorio. ¿Qué habremos hecho para tanta y tan frecuente crueldad balompédica? Debe de ser algo que se escape a la razón, acaso sobrenatural, un paralelo invertido a lo del Madrid en Europa, que gana cuando hace las cosas bien, pero también cuando no. Lo de La Victoria acabó el sábado en apocalipsis, y el calzado multiplicaba su peso camino del coche o del autobús urbano, en un silencio masivo y estrepitoso, como de corderos inocentes y blanquísimos que regresan del matadero. La victoria es del Cordero, leemos en el último libro de la Biblia. Pero parece que esto no es aplicable al fútbol.
A través de las ventanillas de los automóviles y de los cascos de las motocicletas, las atracciones del reciento ferial destellaban y aturdían sin alterar guiones, indiferentes a las almas en pena que regresaban a sus casas, sin ganas de fiesta. Aquello había acabado como el rosario de la aurora, pero esta Feria Chica comenzó, hace muchas décadas, con el rosario de San Bernabé.
La celebración del rosarios públicos fue la principal manifestación externa de piedad popular en nuestras cofradías de Gloria (las no pasionistas) al menos desde el siglo XVI. Casi todas celebraban alguno, aunque no tuvieran como titular una advocación mariana. La Virgen de la Capilla ha tenido diferentes cofradías a lo largo de la historia (la actual es de 1926), y en los estatutos que conocemos siempre se ha valorado la importancia de la celebración de este rosario en la tarde noche del 10 al 11 de junio. Es una tradición que se pierde en la noche de los tiempos, y acaso pudiera haber surgido ya en el siglo XV, poco después del año del Descenso (1430). No se sabe con certeza, pero los documentos antiguos nos hablan de una costumbre antiquísima. Durante el siglo XIX las verbenas se hicieron cada vez más frecuentes y animadas en la ciudad de Jaén, sobre todo a partir de las victorias en la guerra contra los franceses. Avanzada la centuria, se decidió organizar una en el arrabal de San Ildefonso, justo al acabar el rosario de San Bernabé. Fue entonces cuando nacieron estas fiestas, embrión de nuestra actual feria de junio. Algún año llegó a suspenderse con argumentos un poco pacatos, como el de que lo importante era el rosario y no la juerga. Se recuperó en 1930, cuando la Virgen de la Capilla fue coronada canónicamente, fruto de la devoción de la ciudad de Jaén durante siglos. Luego vendrían las prohibiciones religiosas y la guerra civil. Pero durante la posguerra se recuperó, y en 1948 el ayuntamiento se hizo con las riendas de su organización, hasta ese momento en manos de una junta de vecinos. Para ello acabó solicitando la extinción de la Real Feria de Agosto, privilegio concedido a la ciudad por Enrique IV en el siglo XV.
Y así, la mariana feria de la Asunción, agostada y casi yerma en lo festivo, famosa antaño por la ostensión del Santo Rostro, mutó oficialmente en la mariana feria de la Virgen de la Capilla, cuyo origen devocional fue el rosario de San Bernabé y su verbena.