Uno de los capítulos más conocidos de la historia moderna de nuestra ciudad es el de la salvación del Arco de San Lorenzo, único vestigio de la iglesia medieval del mismo nombre. En 1877, un grupo de intelectuales encabezados por Federico de Palma y Camacho consiguió que fuera declarado Monumento Nacional, por lo que se evitó que el ayuntamiento cumpliera su objetivo: derribarlo para favorecer el tránsito de carruajes. Imagínese el lector el traficazo de carros y burros, generosos de boñigas, en la M-30 del siglo XIX jaenés, cuando la ciudad-pueblo, renqueante de su decadencia de varios siglos, contaba sólo unos veinticinco mil habitantes. No debemos dudar de la sana intención de los gobernantes, que procuraban favorecer la fluidez circulatoria por encima de cualquiera otra consideración. Sin embargo, la respuesta de las autoridades culturales de la nación fue humillante para el consistorio, en una carta en la que se aseguraba que simplemente plantear la idea de esa demolición causaba sonrojo.
Unos años antes se había derruido la Puerta de Martos, principal entrada de la ciudad desde época islámica, cuyas dimensiones colosales se aprecian en la fotografía que Higinio Montalvo realizó con motivo de la visita de Isabel II en 1862. El argumento era el mismo que el que se iba a esgrimir con el Arco de San Lorenzo: el traficazo. Y durante esta centuria se derribaron lienzos y torres de la formidable muralla de Jaén, e incluso se implementó un pernicioso plan de
ornato para alinear calles y suprimir anacronismos arquitectónicos que, supuestamente, afeaban el entorno. Nuestros políticos eran, definitivamente, unos modernos. Unos modernos muy activos. Pero les faltaban cultura y sensibilidad.
El recinto amurallado de la capital es unos de los grandes valores patrimoniales de la misma. Perdido en buena parte por el desprecio hacia nuestra historia e identidad, se conservan, sin que haya consciencia ni conciencia de ello, más de treinta torres, en diferente estado de salud y accesibilidad. Y tan sólo una puerta, la del Ángel, junto al murallón de las Bernardas, que forma parte de la ampliación en adarves con la que se fueron abrigando los arrabales. El tramo de muralla urbana mejor conservado es el de la Carrera de Jesús, una de las calles más bellas de nuestra provincia: casas señoriales, torreones, grandes lienzos de sillares, arboleda de buen porte, vistas a los cerros y campos cercanos, monasterios carmelitas y las torres y fachada de la catedral vandelviriana como horizonte y meta.
La reciente instalación de un jardín vertical en la muralla de esta calle ha motivado una polémica nada estéril, que acabará de manera irrevocable con el traslado del mismo. La acción se llevó a cabo por sorpresa, sin transparencia y sin haber sido tratada en la comisión de Patrimonio. Exactamente el mismo procedimiento que el de la plaza de San Bartolomé, cuyo enigmático proyecto (?) hubo de ser notablemente modificado (las losas de granito ya se apilaban en la obra), aunque el ayuntamiento lo disimulara en su nota de prensa posterior. Reincidencia en la Carrera de Jesús. Hechos consumados. Ahora resulta que se confirma que ese lienzo de muralla es lienzo y es muralla, así que es Bien de Interés Cultural. Sólo había que consultar los papeles, y hacerlo bien.
Siempre hemos estado de acuerdo en que nuestra principal enfermedad colectiva es la de la abulia, la apatía, el pasmo y la inacción. Pero, en cuestiones patrimoniales, aún peor que la dejación o indiferencia ha sido (y sigue siendo) la
sobreacción de nuestros políticos. Lo que en Jaén llamamos
no estarse quietecico.