Nos vamos de vacaciones y volveremos, si Dios así lo quiere, el próximo día 6 de septiembre con esta Tribuna de opinión de cada martes, aunque antes lo haremos con el desarrollo de la sección deportiva. Viva Jerez se va de vacaciones a finales de este mes, para en agosto, y los que lo hacemos posible, al menos en lo que a la redacción hace referencia, también descansamos, aunque el descanso del periodista es como el descanso del guerrero que está de asueto, pero con los ojos abiertos y la mente despierta por lo que pueda ocurrir.
Esperemos que cuando retornemos en septiembre lo hagamos con un nuevo Gobierno y no con otras preelecciones que nos conducirían a ir a las urnas nuevamente en noviembre. Es una de las incógnitas por resolver a nivel nacional. A nivel internacional ocupa y preocupa esa espiral de terrorismo que está sacudiendo estos días a Alemania en particular y que mantiene en estado de máxima alerta a toda Europa en general y, a nivel local, está el asunto de los presupuestos de 2016 y los próximos que están por llegar, el tema candente del eterno ere municipal, que no se termina de cerrar para bien o para mal de los perjudicados con aquella decisión del entonces Gobierno Municipal del PP, y también cuando lleguemos en el mes vendimiador por excelencia sabremos los resultados de lo que el verano ha sido, o ha dejado de ser, para una ciudad que se aferra al clavo ardiendo del turismo para salir de la galopante crisis en la que se sumergió desde el día en que se dijo que Jerez iba a estar libre de chimeneas, aunque con muchas grúas, y que la industria iba a ser la del ocio y la del turismo, amén de la del ladrillo.
Esta última se enterró en su propia burbuja y tenemos que supervivir como ciudad de servicio y buscando un resquicio para que el turismo tire de una población de doscientos mil habitantes que, desde hace ya excesivos años, tiene en el propio Ayuntamiento y en el Hospital a sus grandes empresas a nivel de nómina de trabajadores. En fin, que se acaba un curso periodístico y ya son muchos desde aquel primer artículo que con el seudónimo de Aredo vio la luz en La Voz del Sur en julio de 1972.
