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Martes 16/04/2024  

La escritura perpetua

Don Juan Carlos

Juan Carlos I, a quien no se atrevieron a controlar ni González, ni Aznar, ni Zapatero, quizás considere que su hijo, Felipe VI, es rehén del actual Gobierno

Publicado: 26/05/2022 ·
11:14
· Actualizado: 26/05/2022 · 11:14
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  • Juan Carlos de Borbón. -
Autor

Luis Eduardo Siles

Luis Eduardo Siles es periodista y escritor. Exdirector de informativos de Cadena Ser en Huelva y Odiel Información. Autor de 4 libros.

La escritura perpetua

Es un homenaje a la pasión por escribir. A través de temas culturales, cada artículo trata de formular una lectura de la vida y la política

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Don Juan Carlos llamó a su barco ‘Bribón’, denominación que en principio pasó desapercibida y luego se convirtió en inquietante. Y Francisco Umbral escribió hace más de 30 años aquello de “el Borbón borbonea”, y como todo gran hallazgo léxico parecía de inicio una ocurrencia y posteriormente ha recobrado sentido. Entendimos, sí, lo que significa ‘borbonear’. La Transición puede considerarse que principia y acaba con dos mujeres. Carmen Díez de Rivera, mujer traslúcida, asesora personal de Adolfo Suárez, a la que Manuel Vicent dedicó el notable libro ‘El azar de la mujer rubia’, alumbró de ideas y vida unos años terribles e inciertos. Y mucho tiempo después, la siniestra Corinna Larsen hirió el lejano prestigio de la Transición. A partir de ella, como poetizara Pablo Neruda, “el crepúsculo corre borrando estatuas”, entre ellas la de Juan Carlos I.

Los que esperaban una visita privada y discreta del emérito se equivocaron en todo momento. Ortega enunció que “las ideas se tienen y en las creencias se está”. El concepto de monarquía y república es susceptible de debate, sosegado o no. Pero el ‘juancarlismo’ se transformó en una creencia la noche del “sesientencoño”, el 23-F de 1981, cuando unos periodistas suecos creyeron que un señor con gorro de torero y bigotazo irrumpió a tiros en Las Cortes. Don Juan Carlos se convirtió aquel día en héroe, borró su imagen de rey pasmado, y desplegó su indiscutible carisma. Juan Carlos I se revistió de Historia y él, que contribuyó decisivamente a traer la democracia a España, parece que se sintió a partir de ahí como legitimado por el poder absoluto de algunos reyes, por ese absolutismo que le explicaron y desprendían los oscuros profesores que tuvo en su tristísima, melancólica y en algún momento fatal adolescencia, maestros como Millán Astray. Pudo considerar que el poder le venía de Dios, y sólo ante Dios había de rendir cuentas. De ahí que en Sanxenso respondiera: “Dar explicaciones, ¿de qué?”

Juan Carlos I, a quien no se atrevieron a controlar ni González, ni Aznar, ni Zapatero, quizás considere que su hijo, Felipe VI, es rehén del actual Gobierno, por su actividad burocrática y sujeta a los mínimos que establece la Constitución. Muchísimos españoles han recibido con simpatía la visita del emérito. Otros niegan a un anciano de 84 años la estancia en España, no por sentido de la justicia, que ese sentido hace tiempo que se evaporó en este país, sino por cierto revanchismo y anhelo de cambio de régimen. Don Juan Carlos se ha ido ya de España, pero está en la Historia de España.

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