El académico Juan Luis Cebrián escribe cada semana, cada cierto tiempo, no un artículo de opinión sino un alegato contra el gobierno, en primer lugar, y contra el mundo mundial, en segundo término. El motivo es lo de menos. Todo está fatal, no hay ni luz a la vista ni se atisba esperanza en el horizonte. Pero Pedro Sánchez, que llegó a la secretaría general en el partido socialista, con su oposición, y al gobierno de la Nación, sin su permiso y sin la formulación que patrocinaba el antiguo factótum de su grupo de comunicación, es el eje de sus obsesiones. Nada se escapa a la destrucción sistemática que el gobierno está haciendo, a su juicio, del legado recibido. En sus últimas andanadas el COVID-19 ha sido otro motivo más para continuar con el “cataclismo previsto”.
Sucede algo similar con un astro singular de la política española. Felipe González ha sido -con luces y sombras muy analizadas- el presidente del gobierno más duradero y también el más brillante. Modernizó el país, lo centró en Europa, desterró el militarismo y asentó la democracia. Pero esa hazaña política la entorpece con las continuas críticas a los que le han seguido en el desempeño del poder, muy especialmente a los de su propio partido.
Hay un nexo que transita por Caracas. La interminable crisis venezolana, el posicionamiento de Zapatero y la antigua vinculación de Podemos con sus dirigentes están en el núcleo del despecho. Quien piense que en la ministra de AA.EE. o en el presidente del Gobierno esos factores influyen lo más mínimo para su actuación nacional o internacional es un enajenado. En cada ocasión que les es posible, Cebrián y González hacen un reparto de responsabilidades paritario entre gobierno y oposición, porque si no la cuadratura del círculo no les sale. Es capital en sus relatos tachar de mediocres a todos sin excepción para auto auparse a la categoría de tribunos cargados de autoridad moral, política, económica y social, dado que hablan untados con el mismo bálsamo de aceite, vino, sal, romero y ochenta padrenuestros, avemarías, salves y credos, el de Fierabrás. La “camarilla clientelista”, de uno, y el “camarote de los hermanos Marx”, de otro, la padecen los ciudadanos y los lectores. ¡Qué soledad! Con Ovidio: “¿Por qué escribo te preguntas, admirado?”