Hay vecinos buenos, malos y regulares, pero generalmente suelen ser considerados malos y los miramos de reojo por si acaso nos superan en alguna cosa y hasta ahí podíamos llegar. Si alguno de los vecinos se compra un coche, yo no voy a ser menos y, si les toca la lotería, encajamos la mala noticia con una envidia que nos corroe por dentro y por fuera. No los espiamos en plan Obama, aunque no es por falta de ganas, sino porque todavía tenemos un poquito de más vergüenza que los americanos.
Sin embargo y a pesar de todo, lo ideal sería fijarnos bien en lo positivo que puedan tener e imitarlos en la medida de lo posible, que ya nos encargaremos a fondo de criticar lo negativo. Pero hoy no les voy a hablar del vecino de 5º ni del 3º; ni siquiera del que vive en la Entreplanta, sino de ese país vecino que tantos quebraderos de cabeza nos dio, sobre todo a La Isla de León, a principios del siglo XIX con Napoleón y compañía.
Hablar de la República francesa nos llevaría mucho tiempo y yo no tengo el coco para abarcar tanta historia. Advertido por mi amigo Juan, he leído lo que los franceses titulan La Carta de Laicidad y no me resisto a ponerla aquí a la consideración de ustedes. Es una declaración de principios, derechos y deberes republicanos. Tiene 15 puntos y cuelga desde hace unos días en lugar visible en las más de 55.000 escuelas públicas francesas. No obstante, los 8.800 centros privados y concertados están eximidos de esa publicidad. Digamos que esa lista, junto a la cual se deberá exponer la Declaración de los Derechos Humanos y del Ciudadano, además del emblema de la República (Libertad, Igualdad y Fraternidad), es una de las novedades que aporta la reforma educativa francesa, que fue aprobada el pasado 8 de julio. Lean ustedes el breve resumen que sigue y saquen sus propias conclusiones. El que la quiera leer completa en francés que se compre un diccionario. A mí me ha faltado el canto de un billete de cinco euros para ponerla en franchuti, porque eso sería propio de un loco como yo, pero ahí va en lengua cuerda:
La Carta de la Laicidad
1. Francia es una República indivisible, laica, democrática y social que respeta todas las creencias.
2. La República laica organiza la separación entre religión y Estado. No hay religión de Estado.
3. El laicismo garantiza la libertad de conciencia. Cada cual es libre de creer o de no creer.
4. El laicismo permite el ejercicio de la ciudadanía, conciliando la libertad de cada uno con la igualdad y la fraternidad.
5. La República garantiza el respeto a sus principios en las escuelas.
6. El laicismo en la escuela ofrece a los alumnos las condiciones para forjar su personalidad, les protege de todo proselitismo y toda presión que les impida hacer su libre elección.
7. Todos los estudiantes tienen garantizado el acceso a una cultura común y compartida.
8. La Carta del Laicismo asegura también la libertad de expresión de los alumnos.
9. Se garantiza el rechazo de las violencias y discriminaciones y la igualdad entre niñas y niños.
10. El personal escolar está obligado a transmitir a los alumnos el sentido y los valores del laicismo.
11. Los profesores tienen el deber de ser estrictamente neutrales.
12. Los alumnos no pueden invocar una convicción religiosa para discutir una cuestión del programa.
13. Nadie puede rechazar las reglas de la escuela de la República invocando su pertenencia religiosa.
14. Está prohibido portar signos o prendas con las que los alumnos manifiesten ostensiblemente su pertenencia religiosa.
15. Por sus reflexiones y actividades, los alumnos contribuyen a dar vida a la laicidad en el seno de su centro escolar.
Para terminar y, dado que lo que nos separa de la mentalidad francesa son muchos años luz, yo al menos llego a la conclusión de que o los franceses están locos o los locos somos nosotros.