En la casa de D. Manuel Cleva, hubo un cuadro pintado por George Hunt en 1664, que regaló al rey de Inglaterra. Su colección restante fue también vendida a los ingleses, lo que confirma lo dicho anteriormente. Luego adquirió cuadros y repuso la colección.
Y así podría citarse las casas de D. José Lazcano, la de D. Manuel Campana, la de D. José Martínez Benegas y bastantes más, de las que no nos ocupamos por la gran extensión que va a ocupar la del propio conde de Maule, cuya relación tiene tanto o más interés por cuanto sus cuadros los tenía registrados por escuelas pictóricas.
Comienza por la escuela italiana y dice que tenía cuadros de Trevisani, Caravaggio, Jordán y otros. De la flamenca, un Rembrand, un Teniers y un Riadmayer, que por cierto representa una vista de Chiclana. Un retrato del propio conde hecho por Wertumüller, pintor de cámara del rey de Suecia.
De la escuela francesa unos de Simón Venet, Le Secur, Vignon y otros de Van-Loo. De la española, cuatro cuadros de Murillo, otro grande del Españoleto, uno de Velázquez uno de Juan Escalente, otro de Pantoja, etc. También uno de El Greco representando el martirio de Santa Catalina. En total unos 300 cuadros distribuidos en dos gabinetes, una sala espaciosa, una pieza de paso, el comedor y la galería que forman los corredores de la casa, que hacía esquina a la calle de Descalzas, hoy Montañés y frente a la plaza de Candelaria (es la actual Casa de Oviedo).
Como podrá el lector ver, la ciudad contaba con verdaderos aficionados coleccionistas de arte de gran altura. Y en unas mansiones que por su grandiosidad y buen emplazamiento eran casi casas palaciegas. Así se explica que estos personajes y otros escogieran la ciudad de Cádiz para vivir cómodamente y estar entre lo más granado de una aristocracia de verdad que soñaba con el arte y con él se relajaba paseando por esos gabinetes, una palabra muy gaditana por cierto, que atestados de pinturas de las grandes escuelas europeas hacían todavía más valiosa esas colecciones que, desgraciadamente, han desaparecido sin dejar la más mínima huella; pero que hoy día no podemos disfrutar de ellas, no sabemos el paradero que han tomado esos cuadros cuando sus propietarios fallecían y los herederos hacían una almoneda con las obras de arte que habían heredado de sus antepasados.
Nombres gloriosos como Sebastián Martínez, amigo de Goya; el conde de Maule; José Murcia; Pedro Alonso O’Crowley; Manuel Cleva; José Lazcano; Manuel Campana o José Martínez Bengoa, que con sus afanes coleccionistas dieron lustre a una ciudad exquisita como era el Cádiz tanto del XVIII y parte del XIX, con sus casonas soberbias de mármoles italianos, caoba y azulejería de Delft.