La obras del nuevo aparcamiento público del Ayuntamiento de Estepona junto a la iglesia de El Carmen continúan adelante. Sin embargo, para quienes viven y trabajan en la zona, la realidad es mucho más amarga. Las restricciones, las vallas y el caos diario están ahogando a los pocos negocios que aún resisten, como la arrocería El Hatillo, situada en la calle Manuel Navarro Mollor, cuya propietaria, Ana Moreno, ha roto su silencio en redes sociales con una carta tan sincera como desgarradora: “Estoy cansada”, reconocía en el grupo "Estepona en el Alma" hace un par de días.
Lucho por 7 sueldos mientras ellos lo tienen fijo”Ana, la propietaria del restaurante, lleva 15 años levantando el cierre cada día para ofrecer sus arroces a vecinos y visitantes. Hoy, lamenta que su clientela fiel no puede ni acercarse a recoger un pedido. Vallas que bloquean el acceso, candados que clausuran su calle incluso en fines de semana y festivos –cuando las obras están paradas–, operarios que ignoran sus quejas y agentes municipales que le impiden parar un momento para descargar.
“Ni cinco minutos pueden parar mis clientes. Algunos vienen a por paellas que pesan seis o siete kilos y no pueden aparcar ni cerca. La mayoría son personas mayores. ¿Cómo las van a cargar desde 500 metros?”, denuncia Ana en un vídeo que ha compartido con desesperación. Las imágenes muestran claramente cómo el acceso está completamente cerrado, sin alternativa visible para facilitar la actividad comercial.
“Estoy cansada de luchar cada día por el sueldo de siete personas. Ellos [los funcionarios, los operarios] lo tienen fijo. Yo no.” Una frase que resume el sentir de muchos pequeños empresarios de la zona, que se sienten abandonados, incluso maltratados, por una administración local que parece más preocupada por vender avances urbanísticos que por escuchar a su gente.
El Ayuntamiento, mientras tanto, sigue celebrando el progreso de unas obras que, aseguran, "mejorarán la movilidad y dotarán a la ciudad de más plazas de aparcamiento". Pero no se han ofrecido compensaciones reales, ni alternativas de acceso, ni diálogo con los afectados directos. No hay planes de ayudas, ni medidas de alivio a comerciantes cuya supervivencia pende de un hilo.
Ana recuerda con amargura otras batallas: la crisis de 2008, la pandemia del COVID… y ahora, estas obras. "Todos tenemos que convivir, y soportarnos mientras dure esta incomodidad, pero pongamos todos de nuestra parte."
El llamamiento es claro. Este no es un capricho, es un grito de auxilio.