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La impotencia del dolor compartido

Y es en la incomprensión donde parece generarse un estado de impotencia que nos empuja a la desesperación

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¿Es el dolor un elemento definitorio del individualismo humano? Bien, ante esta extraña y compleja pregunta me enfrento en los últimos días. La introspección y contemplación es mucho más sencilla desde que oscurece una hora antes e incluso en estos últimos días postapocalípticos provocadas por la Dana. La lluvia tiene un efecto apaciguador porque ante el vértigo de la rutina diaria y vorágine informativa de las últimas semanas parece que el agua aminora el ritmo. La oscuridad anticipada en los días, las estampas londinenses y la calma que deja la lluvia invita a pensar. En ese proceso de meditación, y la suma de una serie de infortunios, me topé de bruces con el dolor. 

Y es que Francisco Javier Suso escribió que “el dolor, y el sufrimiento, son inaccesibles en plenitud al observador externo, en tanto que traducen relatos íntimos inasibles desde la distancia”, quizás por eso me atreva a vincular ese “sentimiento de pena y congoja” al individualismo porque “el dolor es un tipo de tristeza, una afección que produce una transición que disminuye la potencia de existir y actuar de un individuo” (Spinoza y el dolor de Gonzalo Ricci y Marcos Travaglia).

Ante el dolor ya se enfrentó Arthur Schopenhauer quién ahondó de lleno en su obra “Sobre el dolor del mundo, el suicidio y la voluntad de vivir”. El filósofo alemán adhería a la humanidad con un lazo irrompible con el dolor, pero no abordó la cuestión de ser un elemento individualista o colectivo en su manera de afrontarlo o padecerlo. Schopenhauer sí que expresó que “a veces paréceme que la manera conveniente de saludarse de hombre a hombre, en vez de decir señor, sir, etc., pudiera ser: "Compañero de sufrimientos o compañero de miserias "". Sin embargo, este compañero no parece aludir a un término de camaradería sino como un modo de reconocimiento de otro ser humano que padece un mismo sentimiento en contexto, forma y medio diferente. Parece ofrecerse como un elemento empático y no de entendimiento.

Y es en la incomprensión donde parece generarse un estado de impotencia que nos empuja a la desesperación ante la imposibilidad de cumplir con uno de los principales mantras de nuestra especie: “el hombre es un ser social por naturaleza”. Necesitamos de la sociedad para existir y desarrollarnos como individuos, aunque pueda parecer paradójico ante el prisma del individualismo humano. Para reforzar este pensamiento se puede emplear -con facilidad- el caso de los municipios de la provincia valenciana devastados por los efectos de la Dana. La solidaridad se está erigiendo como un bastión ante una situación sin igual. Voluntarios, donaciones económicas y materiales, asistencia psicológica y otras ayudas que refrendan la necesidad humana de vivir en sociedad. 

Sin embargo, hay un elemento que choca frontalmente con el concepto comunitario de nuestra especie porque el dolor es individual. Más allá de ser “un afecto que expresa tristeza en el individuo en un lugar localizado en ambos atributos en que se expresa su esencia, esto es, tanto en el cuerpo como en la mente” como afirmó Spinozza. El dolor es un sentimiento único e intransferible, no podemos reproducir la aflicción de otros en nosotros. De ahí que el mero intento de llegar a entender ese estado transitorio ajeno nos genera una fuerte impotencia.

No. Nunca llegaremos a entender el dolor de los demás en ninguna de sus acepciones porque supondría recrear una experiencia vital que no nos pertenece bajo un contexto y circunstancias alejadas de las nuestras. El dolor no es un suéter que puedas prestar o una manta que puedas compartir, no. El dolor es un componente más del ser humano a través del que configuramos facetas de nuestra personalidad en determinados momentos de nuestra existencia. El ser humano requiere de la sociedad, pero el dolor no entiende de constructos sociales. Puede percibirse como algo incongruente porque todos experimentamos el dolor, aunque mi dolor es mío y de nadie más. El dolor no entiende de relaciones abiertas o poliamor.

Este individualismo que envuelve al dolor no debe comprenderse como una forma de alejarnos de la sociedad o de dar la espalda al prójimo. Simplemente se trata de dilucidar las razones por las que experimentamos una fuerte conmoción ante la sensación de “no poder hacer nada” al contemplar a otro ser humano dolido. Esa impotencia que genera en los humanos el ser espectadores de una tragedia se debe a que no podemos comprender por la tortura que otros pasan. Independientemente de existir un sinfín de tópicos o situaciones que -a priori- son similares. Por ejemplo, si dos personas han pasado por la pérdida de un familiar, siendo este el mismo para ambos (una abuela, prima, tía…), ninguno de estos sujetos tienen la capacidad de entender el duelo del otro. No hay cabida para “sé bien cómo te sientes” o “yo pasé por eso”. Principalmente porque, aún viviendo en sociedad y perteneciendo a la misma especie, cada ser humano es un “yo soy yo y mis circunstancias” de Ortega y Gasset. Entonces, ¿es el dolor un elemento definitorio del individualismo humano?

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