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Arthur Fleck, un Joker atormentado en busca de la redención a través del amor

La arriesgada apuesta de Todd Phillips para afrontar la secuela de Joker es interesante, pero se queda a medias, incluso como musical

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La trayectoria de Todd Phillips como realizador ha sido de todo menos brillante hasta que sus impersonales comedias gamberras -Road Trip (Viaje de pirados), Aquellas juergas universitarias, Starsky & Hutch, Escuela de pringaos- derivaron en un atrevimiento más sofisticado de la mano de la trilogía Resacón en Las Vegas y la interesante comedia de acción Juego de armas.

Sin embargo, fue su aproximación al universo de Batman, de la mano del Joker, el que le hizo merecedor del reconocimiento de la crítica y el público a partir de una inesperada pirueta: hacer una película de Batman sin Batman.

La prolongación del brillante artificio va más allá y aparece en forma de respuesta en el plano final de este Joker: folie à deux, aunque estamos ante uno de los escasos derroches de originalidad que pone en práctica su realizador en esta arriesgada apuesta a la hora de profundizar en la personalidad del protagonista, más Arthur Fleck que Joker, a partir de un desarrollo narrativo que se queda a medias, incluso en sus aspiraciones como sugerente musical, a causa de la espesura ambiental y el tono deprimente que, intencionalmente, imprime a las imágenes y a la propia historia.


A Phillips, en cualquier caso, hay que agradecerle el empeño y el riesgo asumido en el retrato de un paria atormentado y sin futuro que busca en este caso la redención a través del amor verdadero, como consecuencia del flechazo que siente por una compañera del psiquiátrico con la que conecta emocionalmente y gracias a la cual va recuperando una autoestima que tiene más que ver con el personaje que con la persona que realmente es o aspira a ser, que es el ámbito en el que se debate esta segunda entrega: la necesidad de referentes populares y polarizantes para una sociedad contemporánea completamente desnortada.

La película desemboca en ese enfoque definitivo a partir del combate permanente del protagonista -un entregado y minucioso Joaquin Phoenix- con el ambiente carcelario y represor de Arkham en el que discurre su vida, y con su propio corazón, a partir de la influyente presencia de la mujer -una hiponotizante Lady Gaga, entre lo mejor de la película- que hace que la música vuelva a brotar de su garganta para dar sentido a las emociones perdidas -en su mayor parte canciones procedentes del repertorio clásico de Broadway, aunque se reserva para el final el True love will find you in the end de Daniel Johnston, que sufrió problemas de salud mental durante muchos años-. Y sin embargo, todo eso que se hace tan evidente, carece, por otro lado, de emoción verdadera. No llega con la rotundidad de una claridad de ideas que se ha quedado en el guion.

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