Hace veintiocho años. Con veintiséis años aun uno tiene claro que es inmortal. Las pruebas son evidentes y
la conciencia es irrefutable. Si me quieres apurar, somos inmortales porque lo creemos. Si me achuchas más,
somos inmortales un ratito al menos.
Acudes a algún funeral de la generación que toca y,
desde la pena, tiene que ver contigo. Pero realmente no apela a tu propia esencia imperecedera.
Murió mi tío Jesús y la gente se arremolinaba fuera de la parroquia de Nuestra Señora de Legendika, en el
barrio de Kanala. Dolía. Se nos había ido un buen hombre, querido. Había contento también.
El reencuentro. La gente se fue a celebrar el volverse a ver. En la taberna el bullicio me tenía extrañado. No sabía comportarme, pero sí me quedaba claro que en todo aquello había naturalidad y humanidad.
La muerte nos ponía en bandeja que gente que se apreciaba pudiera compartir.
Ayer fue un día en el que nos reunimos para despedir a nuestra amiga Mari Carmen. Sus deudos sentíamos dolor, claro. Pero al mismo tiempo, algunos
hacía años que no nos veíamos. Imposible no sentir el pellizco de la alegría. Los
sentimientos contradictorios no tardaron en bailar de forma acompasada. Sin estridencias, reconociéndose tranquilos en la singularidad del hecho.
Ya nos volvíamos, pero mi pareja y yo y otra pareja de amigos nos miramos a los ojos y
decidimos acercarnos a La Bodeguita. Un rato para, en sosiego, jugar con los buenos recuerdos. Por ejemplo, con el
sentido del humor de Mari Carmen. Hasta cuando la parca le susurraba inapelable al oído. Evocar aquella primera vez en Marruecos en la que la hermana de Abdellah se casaba. Mari Carmen, esposa de Abdellah, hacía de anfitriona explicando los rituales que nos embelesaban.
Euforia en nuestras caras.
El verso
“Dichoso tú, que por primera vez contemplas el mar”, se me vuelve a posar en la mente, sonriendo.
Te paras y suspiras desde la terraza de La Bodeguita.
Ves cómo la vida sigue. Los perros ladran, las niñas corren y juegan, las jóvenes lucen hermosas en su primavera particular, los trabajadores quieren que estemos a gusto. Unos amigos se ríen con generosidad. Una vecina se ha hecho un ventanuco pirata en la fachada y chafardea con otra vecina. La vida sigue, y l
a muerte sigue estando al otro lado del espejo, avisándonos de que tenemos que vivir. Nos bebemos las cervezas mientras charlamos.
No tenemos prisa.