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Querida taberna

Cosas que pasan, en los bares de pueblo

Las habas enzapatah han volao. Caracoles, cuando llegan sin prisa, nunca pillo. Las tapas, todas,siempre están muy buenas. El que falla soy yo...

Publicado: 01/03/2024 ·
19:36
· Actualizado: 01/03/2024 · 19:38
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  • Cosas que pasan en los bares de pueblo. -
Autor

Andi Koetxea

He publicado los libros “Huelva choquera y tabernera” (2021) y “Sevilla, la ilustre taberna” (2023), "Huelva choquera y tabernera II volumen" (2024) y "El Rompido 77. Los niños salvajes" (2024). Los bares y las tascas son la excusa perfecta para sumergirme en la antropología de la vida cotidiana

Querida taberna

Cerca del mostrador de bares y tabernas pasan cosas, y algunas muy curiosas. Este blog atrapa al vuelo esos sucedidos para que caigan en buenas manos

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Las habas enzapatah han volao. Caracoles, cuando llegan sin prisa, nunca pillo. Las tapas, todas,siempre están muy buenas. El que falla soy yo.

Hoy vuelve la rasca. Es lo que toca, pero siempre parece que te pilla a contrapié. Eso hace que la terraza ande vacía, en una de tantas de esas joías esquinas del viento (wind corners, para los que andan despistaos)... y que el bar Pueblo jierva como una enorme mesa camilla, bajo las enaguas de la buena atmósfera.

Todo el mundo se saluda. Me comentaba Juan Payán, nieto del gran cantaor Paco Isidro, que ¡ay! si se te pasaba saludar a alguien, por el Barrio de los Curas, cuando regresabas por la noche de las correrías de mozo. La gente en sus puertas, a la fresquita, y había que hacer el recorrido, religiosamente, familia tras familia, vecina tras vecina, dando las buenas noches. Entonces, ya después, sí te metías en tu casa. Por la Sierra, por el Andévalo… te cruzas y te saludas. Si no, no entras con buen pie. La Isla Chica, y esta manzana en concreto, recibió aluviones de emigración en los sesenta y en los setenta de esas comarcas. Normal que ahora quede ese reconocimiento: en el dirigirse la palabra, en el sonreírse, en el intercambiar buenos deseos. Es el primer paso para convivir. Algunos ya apuntan a que la esperanza de vida se dispara cuando tenemos el calor de la gente cercana.

La gente se sienta donde quiere. Se hacen corrillos espontáneos junto al mostrador o por las mesas. Los vendedores de la ONCE aprovechan el optimismo generalizado y se hartan de vender. Compro uno para el sábado. Es que me parece que mola más hacerse millonario en fin de semana. Es más cómodo para celebrarlo.

Aunque no es precisamente la hora joven, hay de todo un poquito. Lo gustoso es que las mujeres maduras parecen jovencitas y los hombres talluditos las cortejan, de broma, como en una peli de "Sisí, emperatrí".

Una mujer regordeta, con la cara feliz y ni uuuuna arruguita se ríe con arrobo. "¿No ves lo guapa que viene?", le suelta un rudo galán de andamio y bocata a las once. Sobre la marcha él se arranca por palmas. Al momento se frena. Ya ha provocado que otros le tomen el relevo, apenas esbozando una rumbita. Lo que quería, montar jarana. Dura poco, vuelven las conversaciones,y poco durará hasta que llegue la próxima ocasión para el desorden. El volumen se disloca.

Al momento el mismo bigotudo hombre se levanta como con un resorte y, serio, "¡aquí no, aquí no, que está ocupado!". Señala una silla china de plástico. Se hace el silencio. La incomprensión. El desamparo en las miradas. Son dos interminables, insoportables, tensos segundos. ¿Dos segundos qué es? la vida sigue con un estallido de carcajadas y ahora el rudo es un gentil hombre que acompaña, con sus andares bailongos y chuletas, a la señora para que se siente. La acomoda. Cuidado con el andador. Lo deja al laíto.

Un hombre con gesto dolorido se aúpa en el taburete. Se me sienta al lado y, con una sonrisa resignada, comenta que sufre, la enfermedad del milano. Espera. No le pregunto. Espera. No le pregunto. Pido una caña. Espera y pasa a la acción. "¿No sabes lo que es la enfermedad del milano?". Sonrío y callo. Sé que no voy a acertar en la vida. Soy muy malo para esto. Mi suegro se empeña en entrenarme, pero aún estoy en parvulario. "Las piernas malas y el pico sano". Claro: muleta por una parte y la cabeza bien amueblada por otra. Me dice que son tonterías antiguas, de pueblo. Como ve que le sigo se anima a unos chistes. Que por qué un perro sin hambre entierra los huesos. Vuelvo a sonreír, me imagino que un poco bobalicón. Por lo ya dicho. Porque nunca se me ocurre nada. Siempre voy a lo lógico y por ahí, está clarinete, no va la cosa. "Porque no tiene bolsillos". Reímos un poco. Va el segundo: que por qué el cerdo anda siempre con la cabeza gacha, mirando al suelo... Con mis ojos intento provocar su respuesta. Para qué retardarla. "Porque le da vergüenza que su madre sea una cochina".

Le da cosa y se disculpa por el atrevimiento. A mí me encanta. Vino del Condado, "a servir", y tras la mili, a los dos años, entró en refinería. Él que sólo había visto campo, ya no lo pisó más.

Al final coincidimos en bastantes cosas. Gente que conocemos, somos casi vecinos y los dos tenemos que recoger a alguien en el cole. Él a su nieta y yo a mí hija la pequeña.

Entre el hombre y yo aparece y desaparece otro que va tomando pequeños buches de su güisqui con hielo. Le da cosa cruzarse en nuestro deslavazado parloteo, pero le damos confianza. En un momento dado me hace un gesto o algo y se hace el encontradizo con una mujer. Celebran el "casual" choque delicado. "¿Quieres?". "Ah, nooo, yo no bebo. Que me pongo muy tonta. A uno le dije, no me des vino, que se me abren las piernas". Se parte de risa con su propia ocurrencia, y se va a la otra esquina de la barra que parece que se abre otro frente de jaleo.

El del güisqui me mira entre flipado, feliz, excitado, asustado. O yo todo, todito me lo he inventado.

Son las cosas que ocurren en los bares de pueblo. Me encanta parar aquí. Lo hago poco. Que sí, que es verdad. Poco o menos de lo que querría. Para qué quejarse ¿hoy estoy a gusto? Pues sí. Y ahora al cole que ha sonado la sirena ya.

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