Cada día descubrimos un nuevo agujero en la peor crisis económica desde 1929, pero no sabemos todavía dónde está el límite, cuándo vamos a “tocar suelo”, para poder pensar en empezar a volar, aunque sea bajo. Los que parecían más solventes eran unos timadores de guante de golf y alta sociedad y los ciudadanos, ricos y pobres, se han visto engañados como en el viejo tocomocho que nunca acaba de ser superado. El límite es la codicia, la ambición. Combinados o en solitario, sexo, religión, dinero y poder (o cómo alcanzar poder a través de las tres restantes variantes), están siempre en el centro de las historias de ambición de los hombres.
Muchos empiezan a sentir ya la crisis de forma peligrosa. Pero se habla menos de otros que van a ser los principales pagadores sin ninguna razón: los niños, los inmigrantes, los países pobres. Son muchas las voces que alertan. Thomas Hammarberg, comisionado de Derechos Humanos del Consejo de Europa, afirma que “el crecimiento del desempleo aumentará la carga al presupuesto estatal y se destinará menos a la asistencia social en un periodo donde las necesidades inevitablemente se multiplican”. Esto probablemente causará tensiones sociales. Existe el riesgo de que la xenofobia y otras intolerancias se propaguen y que las minorías y los migrantes sean rechazadas. La crisis económica va a provocar restricciones en todo el mundo en las políticas de seguros sociales y asistencia sanitaria, educación, vivienda que van a afectar especialmente a los más desfavorecidos. Y eso traerá situaciones dramáticas.
Un reciente informe del CRIN (Child Rights Information Network, la Red de Información para los derechos del Niño) pone sobre la mesa algunos datos realmente preocupantes: más de un tercio de los niños del mundo, unos 640 millones, viven en condiciones inadecuadas; en épocas de crisis aumentan los casos de violencia intrafamiliar y la pobreza infantil está casi siempre relacionada con el abuso sexual; los desnutridos van a tener menos alimentos y la hambruna se va a extender; muchos no disponen de servicios de salud gratuitos y no pueden pagar los privados; se va a multiplicar la explotación laboral de los más pequeños porque se va a necesitar mano de obra aún más barata... En todas las crisis anteriores, los derechos de los niños han sufrido un recorte que, a veces, ha provocado un aumento de la mortalidad infantil. Cuando alguien no tiene nada sólo le pueden quitar la vida.
Como los gobiernos van a reducir sus Presupuestos y los esfuerzos por erradicar la pobreza en el mundo se van a cuestionar, los países emergentes o en vías de desarrollo –un eufemismo sarcástico casi siempre– van a ver cómo cada vez están más lejos de los países ricos, los nuestros. Y la pobreza es mal caldo de cultivo para la libertad y la democracia. La crisis no es una buena noticia para nadie, pero para los niños, especialmente para los que viven en los países más desfavorecidos, es casi una condena.