El plano inicial de El prodigio muestra el plató de la propia película acompañado de una voz en off que, en forma de advertencia, subraya los propósitos del filme. Es toda una declaración de intenciones con la que su autor, el chileno Sebastián Lelio, nos pone en alerta, e incidirá en la misma a lo largo de la narración a través de uno de los personajes secundarios, que apela al espectador acerca de la vida interior de la protagonista.
Lo más importante es que no desentona, como tampoco rechina nada -salvo su puntillosa y metálica banda sonora- en este estupendo trabajo en el que Lelio vuelve a situar a una mujer en el centro de la historia para enfrentarla, en este caso, a los convencionalismos de la fe. La salvación, de hecho, no llega de la mano de la oración, sino de la determinación de su protagonista.
La gran novedad, dentro de su más que interesante producción cinematográfica, es que la trama se sitúa en el pasado, en la Irlanda rural de mediados del siglo XIX, lo que refuerza tanto el discurso -la película está basada en una novela de Emma Donoghue, que también coescribe el guion- como una delicadísima puesta en escena, en la que juega un papel fundamental el uso de la luz y los contrastes tonales de los paisajes naturales en los que discurre la acción.
La protagonista es una enfermera británica que ha sido contratada por un consejo ciudadano a petición de un médico para que vigile durante dos semanas a una niña que lleva cuatro meses sin probar bocado y que se encuentra perfectamente. El interés del médico es, sobre todo, científico, pero el de los que le respaldan es eminentemente religioso, ante la oportunidad de poder reivindicar un pequeño milagro al que solo cabe dar respuesta a través de la obra de Dios.
Las intenciones de Lelio son tan evidentes como notables a lo largo de todo el filme, incluso excesivas en algunos casos, empeñado en subrayar determinados mensajes, pero lo cuenta todo con una atractiva pericia, sin incurrir en la eterna disputa entre buenos y malos, valiéndose de la imagen y de la excelente interpretación de Florence Pugh y de la debutante Kíla Lord Cassidy, porque, en realidad, no es solo la película sobre la determinación de una mujer, sino de dos, y sobre las formas de recurrir a la salvación.