Ya repetitivo, a nadie le extrañó cuando el Rayo Vallecano y Radamel Falcao empataron de penalti en el minuto 92 un partido del que no se había imaginado ni siquiera un punto al final del primer tiempo, revivido por el Atlético de Madrid, que se transformó en un equipo menor en el segundo periodo, sin la indispensable presión arriba, sin exprimirse, contemplativo y expuesto a lo que sucedió: a la decepción de un triste 1-1.
El castigo fue justo, por más que fuera de penalti, claro por la mano de Giménez a un remate de cabeza de Nteka, cuando el Rayo ya jugaba con tres delanteros, cuando el grupo de Diego Simeone ya aguardaba impaciente el final del duelo, cuando volaron otros dos puntos del estadio Metropolitano, cuando todo los pasos que había dado adelante el Atlético en su duelo anterior con el Athletic los retrocedió de pronto, a toda velocidad, por más que Álvaro Morata lo hubiera dado ventaja en el minuto 20 a pase de Griezmann.
La diferencia del Atlético está en la presión. Hasta el gol que lo puso por delante, no especuló, subió sus líneas, se preparó para jugar en campo contrario, para robar cuanto más arriba mejor y para estar mucho más cerca del área rival de lo que se planteó en los fiascos ruidosos de Brujas o Leverkusen; dentro de los mecanismos ofensivos que mejor le sientan, con los que más explota sus cualidades: la verticalidad, el contragolpe y el vértigo, tan cruciales para él, tan inconstantes todavía. No hay mejor ejemplo de lo que pasó después.
Todo lo condiciona esa destreza, tan clave en el fútbol actual. Cuando la pone en funcionamiento en las alturas del terreno de su adversario, como en la puesta en escena y a lo largo de todo el primer tiempo, no en el segundo porque ya vencía por 1-0, el efecto es indudable no sólo para su ataque, que visibiliza un grupo más clarividente cuanto menos necesita poseer el balón, cuanto menos se detiene en pensar un pase u otro, cuanto más expresa su ambición, cuando más rápido ejecuta y cuando la transición es acelerada, sino también realza su fortaleza atrás, porque le llegan mucho menos, porque la pelota está mucho más lejos y porque Reinildo Mandava es una maravilla defensiva, de lateral -como ahora- o de central -como antes-. Un portento que cada vez se atreve más hacia arriba.
Cuando rebaja su presión, cuando opta por caminos más contemplativos y expectantes, cuando lo fía todo al contragolpe definitivo, cuando su rival lo aprieta, entonces sí es un Atlético evidentemente más vulnerable, como ocurrió en el segundo tiempo, cuando el equipo que había dado un paso adelante lo dio para atrás y cuando el Rayo, insustancial antes, atrevido después, intuyó todo el daño que le podía hacer al grupo de Diego Simeone, sobre todo desde la entrada de Sergio Camello, cedido por el club local al visitante.
Nada que ver con el primer tiempo, cuando el Atlético ganó al ritmo de Griezmann, últimamente determinante. No necesariamente coincide con su liberación de minutos (en Brujas jugó y el Atlético cayó 2-0, en el derbi también y perdió 1-2), pero su constancia actual en el once otorga al bloque rojiblanco cualidades ofensivas que antes eran cuestión del pasado, más propias de la melancolía que del actual curso... Y aún demasiado fugaces.
'El Principito' hace mejor a cada uno de sus compañeros y al equipo entero. Ya no es el goleador total de antes, pero asiste, juega, distribuye y decide, sobre todo, porque "ve mejor que ninguno", como dice Simeone, en esa plaza de segundo delantero en la que se consolida de nuevo, tras la experiencia como tercer centrocampista en el primer tramo, donde no es tan concluyente como ahora: goleador en Bilbao y asistente ante el Rayo, que se expuso en la salida de balón (todo lo contrario que el Atlético, con Ivo Grbic, sustituto de Jan Oblak, con el saque largo casi como norma desde el principio) y lo pagó con el 1-0.
Todo eso es posible por la contundencia en ataque. Porque el Atlético jamás desbordó al Rayo ni antes ni durante ni después del gol con una secuencia constante de ocasiones, ni mucho menos, pero la primera -la única del primer tiempo- fue gol, porque el equipo rojiblanco también recuperó su pegada contra el Athletic Club y el Rayo Vallecano.
La presión de Rodrigo de Paul, sostenido en el once, agobió a Fran García, al que le birló el balón Griezmann, que, sin pensar, de primeras, recostado en el lado derecho, centró al área para el remate certero, también de primeras, con el pie derecho, de Morata. No hubo opción para Dimitrievski, solo ante el peligro.
Cierto que antes hubo un tiro de Isi Palazón, desde lejos, atrapado con más dificultades de las aparentes por Grbic, o que después lo intentó de la misma forma Balliu, tan cierto como que se jugaba a lo que quería el Atlético, conforme con el gol a favor; sin exprimirse mucho más de lo necesario con todo lo que se avecina en las próximas semanas; sin Lemar, desesperado por una nueva lesión muscular y sustituido en el minuto 40 por Carrasco, y sin intuir que tal concesión es inasumible hoy por hoy en LaLiga Santander y en el propio grupo de Simeone, que si no juega a tope, si no presiona, es un equipo al borde de la catástrofe.
En el Rayo jugó de titular Radamel Falcao, el héroe incontestable del principio de todo en la era Simeone, de aquella Liga Europa y Supercopa continental de 2011. Y hoy del Rayo Vallecano. En otro panorama en la actualidad, ni remató ni tuvo oportunidad de hacerlo cuando jugó solo en el ataque; el reflejo nítido de todo lo que le costó al conjunto franjirrojo ir más allá de lo previsible o irrumpir en el área del Atlético... hasta que salió del vestuario para el segundo tiempo, hasta que jugó al lado de Sergio Camello.
Primero amagó, después se convenció el Rayo, sobre todo por Sergio Camello. Propiedad del Atlético, cedido en Vallecas, él expresó más que nadie el cambio de cara de su equipo en el segundo tiempo. No existe el conformismo en el conjunto de Andoni Iraola, que reclamó más a sus futbolistas, más ambiciosos en la reanudación, tampoco sin nada más allá de un cabezazo fuera de Pathe Ciss, hasta que surgió el canterano atlético, incisivo, desbordante.
En un rato comprometió y puso en evidencia al conjunto local, primero con un remate, después con un fantástico pase que propuso a Radamel Falcao ante Grbic y el 1-1. Lo frustró entre el portero, que despejó lo justo, y Giménez, que alejó del todo la pelota cuando se dirigía hacia el gol, entre el manojo de nervios en el que se había transformado ya la grada, atemorizada por la misma película de terror de otros encuentros del que sabía el desenlance: el empate de su adversario. Esta vez, de Falcao. Y de penalti. Justo castigo.
- Ficha técnica:
1 - Atlético de Madrid: Grbic; Molina, Savic, Giménez, Reinildo; De Paul (Saúl, m. 72), Kondogbia, Witsel (Correa, m. 60), Lemar (Carrasco, m. 40); Griezmann, Morata (Cunha, m. 60).
1 - Rayo Vallecano: Dimitrievski; Balliu, Catena, Mumin, Fran García; Óscar Valentín (Camello, m. 60), Pathe Ciss (Nteka, m. 87); Isi (Unai López, m. 87), Pozo (Santi Comesaña, m. 46), Álvaro García (Pablo Muñoz, m. 80); Falcao.
Goles: 1-0, m. 20: Morata. 1-1, m. 91: Falcao, de penalti.
Árbitro: Iglesias Villanueva (C. Gallego). Amonestó a los locales Savic (m. 47) y Saúl (m. 88).
Incidencias: partido correspondiente a la décima jornada de LaLiga Santander ante 46.803 espectadores.
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Radamel Falcao castiga al Atlético
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