La semana pasada les comenté las, en mi opinión, dos noticias más importantes del año: la depresión económica que se nos echa encima y la victoria de Obama. Fue un a modo de balance del año, como es obligado en estas fechas. Les adelanté que esta semana iba a predecir lo que ocurriría durante 2009 y que les explicaría, dentro de doce meses, las razones por las que me equivoco en el muy probable caso de equivocarme. Pero veamos antes cómo me fue con las predicciones del año pasado.
Acerté con que, durante 2008, no se solucionaría la guerra de Irak; supongo que este año comenzaremos a ver el repliegue de las tropas de EEUI. Imposible predecir qué pasará luego.
Afirmé que la crisis financiera se iría desinflando a lo largo de 2008: se resentiría el crédito, se regularía más la industria y el problema desaparecería para finales de año. No supe ver la gravedad de la crisis económica, del resto de sectores no financieros. Creí que sería una mera purga de excesos financieros y no, como ha sido en realidad, un adelanto de la depresión general.
Acerté con que la crisis hipotecaria continuaría y se extendería a 2009. El volumen de viviendas construidas seguirá bajo hasta bien avanzada la próxima década. Mientras tanto, poca venta y paulatino descenso de precios durante varios años.
Me pregunté si despertaría China durante el 2008 de su sueño de crecimiento sin fin. No ha sido así exactamente, pero se ha unido al resto de países en la crisis. Eso sí su crisis es de crecimientos superiores al 5% anual. El problema radica en la enorme desigualdad social y la falta de un sistema de seguridad social. Ellos mismos estiman que con crecimientos inferiores al 7% no crean suficiente empleo y pueden tener graves problemas sociales.
Acerté que en España, las elecciones las ganaría el PSOE sin obtener la mayoría absoluta. Pero continua el deterioro político; tenemos un gobierno con una calidad acorde con un partido lleno de gente que lleva viviendo demasiados años de la res publica. Lo mismo se puede decir de la oposición, incapaz de ganar unas elecciones en los inicios de la más grave crisis económica en setenta años. Pero, quizás, estamos llegando a un punto de discontinuidad.
Durante las últimas tres décadas los sectores productivos (lo clásicos sector primario, secundario y terciario) de propiedad privada y los trabajadores todos hemos sustentado un creciente sector público. Hasta el punto que hay un funcionario público por cada siete trabajadores. Esos siete trabajadores pagan el sueldo al funcionario, la seguridad social, los gastos del Estado, autonomías y municipios, las pensiones, etcétera. Y ya están comenzando a escandalizar los lujos que, además, tienen algunos políticos. No estoy seguro que con una cifra de parados que llegará a los alrededores de cinco millones se pueda mantener una estructura del Estado tan cara.
Claro que parece que es más fácil reestructurar el sector del automóvil o cualquier otro que el sector público. ¿Se imaginan ustedes a algún político o presidente autonómico proponiendo reducir el número de funcionarios un 10% o reduciendo sus sueldos un 10% para hacerlo más eficaz? Da la impresión que son recetas que solamente sirven en el sector privado. Vaya usted a saber por qué; habrá que dedicarse a la política para entenderlo.
¿Cuál es el peligro?. El mismo que hace setenta años; que una grave crisis económica despierte un fascismo, en sentido amplio, adormecido durante la bonanza económica. Recuerden eso de que el hombre es el lobo para el hombre; lo llevamos dentro.
Este año no me atrevo a hacer predicciones. Acabo de recibir un mensaje de móvil con una noticia ficticia: “Para reducir el consumo energético en época de crisis se ha decidido apagar la luz al final del túnel”. Graciosilla que se pone la gente.
Pero no olviden que seguirán creciendo y sonriendo nuestros hijos. Y nos seguirá queriendo quien nos quiere. Y reirá la primavera (perdóneseme la cita). Es sólo la vida que nos empuja como un aullido interminable; es sólo la vida que sigue.