Para mí nunca serán suficientes las veces en que trate aquí sobre cómo nuestros políticos (y quienes les bailan el agua) utilizan la dichosa memoria historia (ahora democrática) para pervertir lo que conoce el ciudadano medio sobre lo ocurrido en el pasado (sobre todo en el siglo XX), algo especialmente pernicioso en el campo educativo.
En marzo de 2019, faltando aún un año para comenzar la pesadilla del virus, traté en esta columna sobre como una de las principales señas de identidad de los totalitarismos es borrar de la memoria social todo recuerdo que pueda amenazar sus postulados. Es el damnatio memoriae que en la antigua Roma se aplicó para eliminar todo aquello que desagradase a los gobernantes y que luego utilizaron dictadores tan crueles como Stalin y Hitler para de manipular la historia a conveniencia de sus ideologías.
Los personajes históricos con sus luces y sus sombras siempre estarán ahí por mucho que molesten a según quién, porque como su nombre indica forman parte de la historia. Igual sucede con todo lo que ocurrió a lo largo del pasado, cuyo rastro más o menos indeleble impregna el presente gracias a los elementos materiales que se conservan y a la transmisión de los recuerdos.
Los que pretenden manipular todo esto para que solo permanezca lo que les interesa no son tontos y saben que no podrán (no aún) entrar en la mente de las personas para borrarle los recuerdos que atesoren y lo que opinen entorno a ellos. Por este motivo a los totalitarios solo les queda recurrir a la manipulación de la historia, eliminando físicamente todo rastro material que puedan traer al ciudadano recuerdos de acontecimientos del pasado que pudieran obstaculizar la imposición de las ideas de los totalitarios.
Además intentan impedir por cualquier medio que las nuevas generaciones puedan conocer su historia, poniendo en marcha propuestas educativas para fomentar la enseñanza de una historia fabricada a la medida de quienes las impulsan.
Impedir que se den a conocer libremente los hechos históricos ataca la libertad de cátedra y menosprecia la labor de los historiadores, que con su trabajo de investigación y divulgación fomentan el debate sobre lo acontecido en el pasado, sin necesidad de que con ello se pierda el respeto a las diversas posturas ideológicas por muy opuestas que sean.
Es cierto que la historia está llena de personajes que cometieron actos terribles y propiciaron grandes tragedias humanas en el pasado, por ello hay que poner los medios para que eso no vuelva a repetirse y para que se reparen las injusticias que derivaron de todo aquello.
Pero eso no da derecho a ningún político a manipular la memoria colectiva, cambiando partes del pasado histórico por otras a su medida y argumentando para ello valores democráticos, aunque adoctrinando, coaccionando y sirviéndose de ello como cortina de humo para cubrir sus errores. No nos dejemos engañar. Fuerza y salud.