Con la nueva monografía de la Editorial UCA -Entre surcos y penurias. Asalariados del campo en la Andalucía occidental del siglo XVIII-, el autor Jesús Manuel González Beltrán da la palabra a una numerosa parte de la población castellana que nunca ha tenido voz en la historia.
Hablamos de un amplio sector social del Antiguo Régimen: el trabajador asalariado del campo; con una marcada línea marco-temporal como es la Baja Andalucía, y más concretamente las localidades de El Puerto de Santa María, Sanlúcar de Barrameda, Rota, Chiclana de la Frontera, Zahara de la Sierra, Medina Sidonia y Jerez de la Frontera, durante la segunda mitad del siglo XVIII.
¿Por qué un tema de investigación dedicado a los trabajadores del campo andaluces del siglo XVIII?
- Se trata de uno de los colectivos “sin voz”, aquellos que han sido tradicionalmente olvidados por la historiografía. Y es que a pesar de ser un grupo social que, junto a sus familiares, representaban en la Andalucía del siglo XVIII más de dos tercios de la población total, no han sido tenidos en cuenta por carecer de influencia económica, política o cultural.
Por tanto, realizar una investigación sobre los empleados agrícolas es, además de una labor científica necesaria, un reconocimiento de su existencia y de lo que representaron.
¿Hasta qué punto resulta complicado investigar a un grupo “sin voz”?
-En verdad no es nada fácil. En una época en la que el asociacionismo, fuera del de carácter religioso, prácticamente no existía y en la que ser analfabeto es una de las características que define al colectivo de los trabajadores agrícolas, es muy difícil localizar testimonios de los propios empleados del campo.
La falta de argumentos directos obliga a descubrir las carencias que sufren o las quejas y reivindicaciones que plantean utilizando las fuentes documentales generadas, por ejemplo, por las autoridades locales que tienen que actuar para resolverlas o reprimirlas.
En resumen, se detectan los susurros de los trabajadores entre las opiniones de otros.
‘Entre surcos y penurias’. ¿Por qué estas palabras en el título del libro?
-Pues porque representan de forma clara la vida de los trabajadores del campo del siglo XVIII.
Cuando había faenas agrícolas que realizar, que no era todo el año, se enfrentaban a duras jornadas de “sol a sol”, durante toda su vida laboral, que solía iniciarse a los 10-12 años y duraba hasta la muerte, pues la única jubilación que existía provenía de la propia incapacidad para trabajar.
El sueldo no era nada abundante, siendo de los oficios peor pagados, a lo que hay que añadir las temporadas en las que no se cobraba nada por no haber trabajo, de aquí ese malvivir siempre en la penuria o que se les acusara de reconvertirse en mendigos, lo que les asimilaba a los perseguidos vagos.
Ante esta penosa situación que describes, ¿no había manifestaciones de protesta?
-Las había. Pero tenían sus peculiaridades que hay que poner en relación con la época en la que se desarrollan. Desde el púlpito se predicaba resignación, la tierra era un valle de lágrimas de paso hacía el paraíso celestial.
Las autoridades municipales no dudaban en reprimir con penas de multa y cárcel las posibles contravenciones de las normas laborales que ellas mismas imponían. No había sindicalismo ni nada que se le pareciera, por lo que la capacidad de negociación colectiva era nula.
Pero a pesar de todo ello se detecta la protesta y la reivindicación de mejoras. Una protesta que suele ser desorganizada, más de resistencia pasiva que de hechos violentos, pero que, y esto es lo importante, consiguió parte de sus objetivos en la segunda mitad del siglo XVIII.