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Martes 16/04/2024  

El ojo de la aguja

Mendigos

Sobreviven con sus artilugios, algunos bajo el amparo de los albergues, otros en cabinas o recovecos bajo el techo de los destellos o el vaivén de las estrellas

Publicado: 08/07/2019 ·
13:20
· Actualizado: 08/07/2019 · 13:20
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Autor

Juan Bautista Mojarro

Mojarro es un veterano articulista onubense, escritor y poeta. Ha trabajado y colaborado con casi todos los diarios onubenses

El ojo de la aguja

Un viaje por el pasado de Huelva, sus barrios, sus personajes ilustres y anécdotas, además de sus reflexiones sobre el devenir de la sociedad

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La época estival sigue abriéndose paso en el día a día con el constante anunciar de la aproximación del continente africano a Europa desde todos los frentes, y ahora, en este tiempo que nos toca, nos reiteran una vez y otra el atmosférico, las altas y temidas olas africanas de calor, a las que una gran parte de Europa les coge de sorpresa, de tal modo que los países más nórdicos, y no tan nórdicos como Alemania, no tienen preparadas sus viviendas para este tipo de amenazas. 

No obstante, se le quiere dar prioridad visual e informativa a este problema natural que de un noventa y tantos por ciento nos sentimos culpables, el ser humano, me lo dijo en cierta ocasión el estudioso de los fenómenos paranormales y por supuesto, de todo lo referente al planeta tierra, que el mayor enigma que existe en nuestro mundo es el hombre.

Y a ello me remito, llega el verano con sus pros y sus contras, y paralelamente a una cosa y otra, la insoslayable presencia de los mendigos, representantes de todas las calles del mundo, que con notable y alto privilegio vienen a parar principalmente a la calle Ancha de Punta Umbría, y también a las adyacentes, así como al largo circunvalar de toda las localidades costeras hasta Isla Canela. Sobreviven con sus artilugios, algunos bajo el amparo de los albergues, otros, en cabinas o recovecos bajo el techo de los destellos o el vaivén de las estrellas, a la espera del despertar de cada alba, que a ninguno les coge de sorpresa porque sus parpados vigilantes están en una constante visualización de la gestación de cada hora de la noche  para el parto del  nuevo día, con el que tienen que afrontar todas sus maneras andantes para mantener hierática su supervivencia. Abiertos y despiertos en actitudes frente a la suerte que les situó el nacer.  Quebrando moldes y estructuras, porque su presencia delata el encubrimiento de otras formas legales distintas a las suyas que no llegan al Congreso. Son los mendigos, marginados, hambrientos, alcohólicos, desahuciados, que le dan otro colorido veraz y distinto al paisaje veraniego cargado de apariencias y ausentes verdades, como en una huida interminable en la que no hallan esa búsqueda en totalidades, quedando con las manos vacías, una huida breve hacia adelante como el paso fugaz de una estrella en su desaparición.

Sin embargo, son mendigos que les suelen caer bien a todas las gentes, porque nos traen con su espíritu visitador el agridulce sentido de una mejor justicia social, van y vienen cargados con sus mochilas y cachivaches, esperanzados quien sabe, en un mejor devenir. Son mendigos acerados, sobre los suelos o haciendo ceniceros de latas de cerveza o coca cola, poniéndolos a la venta, disfrazados de clones, echándole manos a cualquier modo de llamar la atención para el latido de una moneda que le llegue al corazón pasando primero por el estómago.

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