Es la única explicación que le encuentro. La única en la vía lógica. Porque en la ilógica la primera que se me viene a la cabeza no es para dejarla escrita aquí. Les debo respeto en mis palabras a los lectores. Se me ocurren otras muchas más, como por ejemplo que le mata el aburrimiento o que está falto de aplausos. En fin, quién sabe lo que pasa por la cabeza de ese hombre.
El caso es que las declaraciones de José María Aznar (sí, aquel señor del bigote… ¿recuerdan?) han vuelto a ser igual de desafortunadas que las anteriores, y las otras anteriores, y las otras anteriores a las anteriores… Prácticamente como todas las que ha hecho desde que dejó la presidencia del gobierno y pasó a convertirse en un ciudadano como usted y como yo, con esas pequeñas diferencias de la pensión vitalicia, el coche oficial y la secretaria, todo por cuenta del nuestros bolsillos. Minucias.
Creo que Aznar ha hablado muy ligero, cuando debería estar callado. La salida de Mariano Rajoy de la presidencia del gobierno ha sido debida, como ustedes saben, por la sentencia del caso Gürtel. Se enjuician unos años en los que la responsabilidad del partido no era precisamente de quién ha penado por ella.
Aznar habla y ofrece, brindando al sol, ser el artífice de la reconstrucción el espacio del centro derecha, dividido ahora entre el PP y Ciudadanos, pero sin volver a la política activa. Toda una suerte de apuesta que no va a llegar nunca a buen puerto, porque los pocos fieles que le quedan están alejados de la primera línea política o bien están procesados en algunos de los casos de corrupción que mantiene en vilo al PP de aquellos años.
Aznar incumple, una vez más, su palabra. Ataca a la que fue su casa y a quien él dejó como sucesor, señalándole con dedo un ya lejano 2 de septiembre de 2003. Algo que, por cierto, Mariano Rajoy no ha hecho, sino que deja su sucesión en manos del partido. Todo un gesto, como otros muchos, que distancian a los dos ya expresidentes. Rajoy se marcha con la cabeza bien alta, después de dejar al país con un saneamiento económico que nadie hubiera imaginado, después de lo que heredó de Zapatero. Se marcha sin haber negociado con ETA y después de haber frenado el atropello independentista de Cataluña. Se marcha sin haber mandado a nadie a la guerra a cambio de nada ni haber puesto los pies encima de una mesa.
Mientras que uno se ha marchado como un caballero, el otro ansía volver, aunque no sabemos cómo.