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Viernes 19/04/2024  

El Arponazo del Capitán Ahab

El arponazo del Capitán Ahab. El relato

Hoy empezamos aquí una nueva temporada, y lo hacemos en lo que ya es el estado natural de este país: esperando unas elecciones

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Hoy empezamos aquí una nueva temporada, y lo hacemos en lo que ya es el estado natural de este país: esperando unas elecciones, mientras todos los partidos pelean por “ganar el relato”. Y yo empiezo a estar ya a estar hasta el moño de tanto relato, pero en esto parece que se ha convertido nuestra política. Los hechos no importan un pimiento, y todo se centra en eso, “ganar el relato”, que es una forma muy fina y muy politóloga de decir que lo importante es colarte el cuento, cada uno el suyo. Lo importante no es el salario medio, ni los precios de los alquileres, ni la precariedad laboral, ni las pensiones, ni que tengamos ya una desaceleración en ciernes. No. Lo importante es que quede claro quién ha tenido la culpa de ir de nuevo a elecciones. Lo importante es vendernos que ahora Andalucía es la tierra de la libertad y de la prosperidad, o que Málaga es la gran capital de la cultura, la arquitectura, la gastronomía, el cine y de todo en general. Y para ello la clave es repetir machaconamente “el relato”, por muy disparatado que sea, y hasta que nos salga por las orejas, para que, con el empacho general de majaderías, ya no distingamos en absoluto ficción y realidad. Y, de hecho, hasta tal punto no las diferenciamos que incluso nos preocupa si una serie de ficción, como Malaka, da una imagen real o no de Málaga. Una serie de ficción.

Pero el problema es que no solo los políticos se han tirado al barro con esto del cuento, parte de la prensa también ha ido detrás. En Málaga hay días que te levantas casi esperando que Netflix anuncie “lo nuevo de los guionistas de Diario SUR”. Y todo apunta a que no somos conscientes de lo peligroso que es dejarse deslumbrar tanto por las fantasías que nos venden. En primer lugar, por lo obvio: nunca tendremos una democracia sana si la ficción es bastante más importante que los hechos. Y en segundo lugar, y quizá mucho más relevante, porque el relato, por muy bueno que sea, no paga las facturas. O al menos no paga las nuestras.

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