Quien esto firma, salió de ver esta película -escrita y dirigida por el malagueño Ramón Salazar, cosecha del 73, con ‘Piedras’ o ‘10.000 noches en ninguna parte’, en su haber; bellamente fotografiada por Ricardo de Gracia, con música de Nico Casal, que solo suena en contadas ocasiones y con un reparto en el que destaca, ante y sobre todo, el prodigioso mano a mano interpretativo entre las eminentes Bárbara Lennie y Susi Sánchez, el orden de los factores no altera el producto. A quienes también acompañan con solvencia, en mínimas apariciones, Miguel Ángel Solá, Richard Bohringer o Greta Fernández- hondamente conmocionada y al borde de las lágrimas.
Y esto lo escribe para que quede constancia de que esta no va a ser una crítica al uso, si es que alguna lo es dentro de este blog tan particular. Porque la historia de una hija que, poco más de 30 años después de ser abandonada por su madre cuando contaba 8 y era domingo, localiza y es identificada por su progenitora a la que le pide que pase 10 días con ella en la antigua casa familiar y algo más que en esta entrada no va a desvelarse… contiene tantas lecturas y sugerencias que merecen un tratamiento distinto.
Porque estamos ante dos mujeres paradójicamente unidas por los muy poderosos vínculos de la ira, la culpa, el imposible olvido, los secretos, los silencios, las mentiras, lo no compartido y separadas por todo lo demás, la clase, la formación, el entorno que habita cada una y sus circunstancias tan antagónicas.
Porque es la más joven, tenía que ser ella, quien invita a la dama de la alta burguesía, urbanita, sofisticada y filántropa, a compartir diez jornadas extrañas y desconcertantes en su bellísimo espacio rural de bosques y montes -dotados de un atmósfera poética y casi onírica, a la par que salvajemente realista-donde se desenvuelve a su aire, en solitario, y totalmente fuera de las convenciones sociales.
Porque en su puesta en escena, hermosa y desasosegante, las secuencias se cierran como cada proyección de las diapositivas de esa mínima parte de la existencia compartida en común. Porque convierte el itinerario físico y emocional del reencuentro en algo diferente, tan intenso como inquietante, tan emotivo como feroz. Porque se hace sentir el desprecio. la rabia acumulada tanto como el afecto denegado y la nostalgia de lo que no pudo ser.
Porque traza dos complejos y sabios retratos de mujer, servidos, todas las veces que se diga son pocas, por dos actrices prodigiosas en estado de gracia. Porque las muestra cara a cara, como personas antes que madre e hija. Porque lo que no se dice, lo que no se muestra, lo que está en el fuera de campo tiene tanto valor como lo exhibido. Tanto o más. Porque no las juzga. Porque no hay condenas morales, solo las consecuencias de ciertos actos. Por ese final…
A la animalista que esto firma -“ningún animal fue maltratado en este rodaje”- le dolieron dos escenas. Brevísimas, pero fuertes. Aunque puede entender que, de alguna manera, son necesarias en el relato. En esta suerte de cuento cruel e intensamente emotivo de amor y dolor, de pérdida y de reencuentro, que bajo ningún concepto deberían perderse.