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Sábado 20/04/2024  

Una feminista en la cocina

Sin zeta

Del Merca a Lagoh y de Lagoh al Merca se hace camino gaditano con pertrechadero de olas ribereñas y patos que nunca fueron gaviotas más que para un madrileño

Publicado: 28/11/2022 ·
10:54
· Actualizado: 28/11/2022 · 15:20
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Autor

Ana Isabel Espinosa

Ana Isabel Espinosa es escritora y columnista. Premio Unicaja de Periodismo. Premio Barcarola de Relato, de Novela Baltasar Porcel.

Una feminista en la cocina

La autora se define a sí misma en su espacio:

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Los Toruños.

Es la Avenida de la Raza colmadero de coches, más ahora que hay que bifurcar por aviaderos de universitarios hasta llegar a Lagoh. Del Merca a Lagoh y de Lagoh al Merca se hace camino gaditano con pertrechadero de olas ribereñas y patos que nunca fueron gaviotas más que para un madrileño de campamento con los abuelos portuenses.  Los Toruños perdidos se me revienen al alma a poco respiro que me dé la vida, pensándolos en el Lipa con su arena magra y sus caravanistas sin playa, pero de free todo el año. Es una magia tan efímera que solo dura lo que reservo mis pensamientos, entre que dejo a la niña en sus quehaceres deportivos y la recojo. Es una magia confusa que no entiende de marcas, ni de gente que van acompañados o que limpian retretes con una sonrisa festiva o que sirven un café como si fuera sábado en mitad de la semana. Con bancos que no pesan las nalgas y sillones tan codiciados por aburridos que casi siento que no pueda sacarse número para reservarlos.

Mi cuerpo se aclimata a la vejez a un ritmo prodigioso, pero los Toruños me devuelven a la vida con sus malvas, dorados, tiritones y demás santidades. Esa agua nunca quieta, a juego con los vientos contrarios, la gente paseante, los de los perros, los deportistas y los que van a tres patas porque pronto lo harán a ruedas. Es un ecosistema tan privilegiado, tan perfecto que no lo vemos y en cambio sí a la cafetería, a los vigilantes y a la oportunidad de hacer lo que nos dé la gana. No los vemos a ellos, los que gritan sus ganas de reproducirse clamando al cielo, los que anidan, los que empollan o los que esperan algo muerto a pie de marea para comérselo entre los fangales y las olas venideras. Yo  lo quiero de tal forma y con tal intensidad como los niños al día de Reyes magos. Se me pega en los ojos de ser tan auténtico como ese río de Sevilla de cuyo nombre no me quiero acordar, porque limita con una torre puntiaguda que desafía a un cielo del Greco, a compás de caballistas a la intemperie y forofos futboleros. Sevilla me hace la boca del Puerto y el Puerto me mece a Sevilla, con olas de coches, con Levante que es Calima, con gente que habla y vive a cada milésima de segundo, mientras mis hijos crecen y yo me hago más mayor de lo que ayer era.

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