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Síndrome Down

“No cabe duda que buena parte de este cambio de mentalidad se debe a la información, al asociacionismo de familiares, y aquí en Arcos, al excelente trabajo que hace la escuela "Juan Candil".

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Alegra ver el cambio de actitud de la sociedad respecto de las personas afectadas con el síndrome de Down, ese trastorno del cromosoma 21. Antes, cuando yo era pequeño, a esas personas se las miraba con cierto miedo atávico, con muchísima prevención social, y, algunas veces, sus propios familiares se encargaban de esconder ese "estigma". Hoy no. Hoy alegra, como digo, ver a esas personas participando como acólitos en las procesiones, como el otro día en San Pedro, verlos colgar sus dibujos al lado del pintor Kim Soler o dar un pregón del Carnaval, por no decir verlos con su carpeta de funcionario haciendo gestiones municipales.


No cabe duda que buena parte de este cambio de mentalidad se debe a la información, al asociacionismo de familiares, y aquí en Arcos, al excelente trabajo que hace la escuela "Juan Candil". Muy poca gente es la que mira ya a estas personas como "subnormales", horrible palabra, sino que se entiende que son personas distintas, con una problemática particular, pero capaces, si se les estimula convenientemente, de adquirir un nivel de vida y una capacidad social aceptables.
Yo me he negado siempre a sentir pena por estas personas.

Evidentemente lo suyo es un trastorno, una enfermedad no deseada, pero creo que si nos quedamos en la pena, en sentir pena y decir cuando los vemos que qué dolor, no estamos contribuyendo a su emancipación social ni a su dignidad como personas. Capaces de sentir, de enamorarse, de enrolarse en la maquinaria laboral, los afectados por el síndrome de Down son y así debemos tratarlos, ciudadanos de primera.


Hace algunos años el poeta Antonio Murciano, el pintor Durán y yo prestamos nuestros rotos para un almanaque a beneficio de estas personas. Fue un orgullo para nosotros coger en brazos a uno de esos niños, disfrutar de sus risas, de su capacidad de comunicación. Treinta años atrás ese almanaque habría sido imposible. Por aquel entonces esos niños eran llamados "mongolitos". Con miedo, como si fuera una maldición. Hoy sabemos que son capaces de amar, de interpretar cine, de aprobar oposiciones, de creer en Dios. Es decir, sabemos que son como los demás, aunque con unas características diferentes.

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