El ser humano tiende a construir muros alrededor de aquello que pueda corromperse. Preferimos salvaguardar que compartir, esconder a enseñar. El miedo a que perdamos lo más valioso que tenemos nos impide mostrárselo a los demás y, en lugar de hacerlos partícipes y compañeros, dudamos de ellos, desconfiamos de lo que pueda ocurrir y cedemos ante el pesimismo de que todo se estropee, de que no nos entiendan, de que quizás debamos seguir solos.
En tiempos aciagos, los muros que nos separan deberían derribarse para volver a alzarse como puentes, lazos de unión con los que compartir y fortalecer todo aquello que nos une con los demás en lugar de acrecentar nuestras diferencias.
El conflicto principal de Black Panther (2018) reside en la decisión que debe tomar un nuevo e inexperto rey (T'Challa, interpretado por Chadwick Boseman) a la hora de renovar la política exterior de su nación, Wakanda, un país con un desarrollo tecnológico extraordinario y recursos de poder ilimitado provenientes de otro planeta que, a ojos del resto del mundo, es solo otra nación más del continente africano estancada en el tercer mundo.
Así, Ryan Coogler, director de Creed (2015) y Fruitvale Station (2013) propone un interesante discurso sobre la necesidad de dar la cara cuando el mundo lo necesita, afrontar la responsabilidad inherente a la superioridad socioeconómica para con los más desfavorecidos; con el aliciente de que, en esta ocasión, es el pueblo africano el que tiene que decidir qué hacer con esa responsabilidad.
Como producto de empoderamiento racial, Black Panther es imprescindible. Es cierto que lo es más por sus loables intenciones que por sus logros, pero las primeras son lo suficientemente destacables como para justificar la defensa de la cinta, que está rompiendo numerosos récords de estreno en taquilla. Ahora bien, como película del Universo Cinematográfico de Marvel, y a pesar de sostenerse por sí misma sin depender de otras entregas, se queda bastante lejos de los ejercicios de autor que más recientemente nos han entregado James Gunn (Guardianes de la Galaxia) o Taika Waititi (Thor: Ragnarok), bien por su aséptica puesta en escena, por sus horribles injertos de humor innecesario o por su lacerante falta de emoción.
A pesar de todo, Black Panther puede presumir de poseer un extraordinario plantel de personajes secundarios, en el que destacan los papeles femeninos (Lupita Nyong'o, Danai Gurira, Letitia Wright…) y su interesantísimo villano principal, Killmonger, interpretado por Michael B. Jordan.
Es en él donde reside la principal virtud narrativa de la película, que utiliza a la perfección la naturaleza del villano, su motivación, sus actos y sus similitudes y diferencias con el héroe para forjar el arco de este último y consolidar el mensaje central de la película, un discurso optimista sobre tender la mano en lugar de apartar la vista.