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La tribuna de El Puerto

El padre bocadillo

A veces me he sentado a ver como mis sobrinos de corta edad marineaban subidos en esas estructuras con escaleras, andamios y toboganes que ponen en los centros

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A veces me he sentado a ver como mis sobrinos de corta edad marineaban subidos en esas estructuras con escaleras, andamios y toboganes que ponen en los centros comerciales.

Hace poco, mientras docenas de otros pequeños, bajo la atenta mirada de sus papás, jugaban junto a mis sobrinos, me fijé en un padre que con la merienda de su hijo en la mano, no dejaba de perseguirlo para que se la comiese.

El niño, que no tendría ni cinco años, solo quería seguir jugando, y con la habilidad de un buen futbolista regateaba todas las acometidas de su papá.

Quizás porque ya estoy en edad de ser abuelo (aunque no lo sea), hice honor al dicho de que estos malcrían a sus nietos cuando pensé: “Déjalo hombre, no ves que esta entretenido. Si no come ahora ya lo hará luego”.

Aunque yo desconocía por qué aquel señor actuaba así, y tal vez la criaturita llevaba mucho tiempo sin probar bocado, es evidente que no traigo este asunto aquí para discutir sobre si es necesario obligar a los niños a comerse el bocadillo, lo que pretendo es reflexionar sobre lo que hay detrás de un comportamiento como el de su padre.

El reciente libro “Hiperpaternidad”, de la periodista Eva Millet, da un toque de atención sobre cómo actualmente, en un entorno de baja y tardía natalidad, muchos niños se convierten en el centro de familias en las que los padres muestran un exceso de celo en su crianza y educación, que raya en una paternidad profesionalizada.

Una paternidad que cría a los niños atendiendo o anticipando cada uno de sus deseos y buscando siempre “lo mejor” para ellos. Padres que aman la precocidad y someten a sus hijos a todo tipo de actividades extraescolares, ocasionando que terminen cada día tan estresados y agotados como muchos trabajadores.

Padres como el que insistía en dar la merienda a su hijo, “padres bocadillo” según Millet. Pendientes de sus hijos hasta faltarles el tiempo para gestionar y controlar una forma de crianza demasiado intensiva, que busca un niño mejor, más seguro, con una educación emocional muy colocada, pero en la que quizás esté ausente la empatía.

Padres tan obsesionados con la autoestima de sus hijos, que pueden llegar a volverlos narcisistas.

Está claro que ser padres hoy día es difícil, pero ser hiperpadres no se sostiene. Pero aún se sostiene menos ser uno de sus hiperhijos, porque estos cuando crecen poseen su nivel de tolerancia a la frustración bajísimo, demasiado acostumbrados al “porque yo lo valgo” y carentes del “yo puedo”.

Los buenos padres son aquellos que dan a los niños tiempo para que jueguen, a la vez que cierta autonomía y responsabilidades en casa, son padres que mantienen la jerarquía familiar, establecen límites, y siempre observan aunque no siempre intervienen. Desde luego no son los “padres bocadillo”.

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