A vueltas con la conciencia
Parece que hay un cierto empeño en hacer que la gente no piense, sino que actúe al dictado de normas establecidas, con mejor o peor criterio, por quienes ocupan una situación de dominio en la organización de la sociedad...
Eso de que el hombre (el ser humano en general) actúe con libertad –como ser libre y responsable de sus actos– no acaba de aceptarse y hasta se podría decir que se rechaza cada vez más. Parece que se le tiene miedo a esa libertad; miedo a que, debido a ella, se pueda rechazar o modificar algo de lo que aquellos dicen o disponen.
Quizás, por ello, no se procura que la educación sea excelente; para que el nivel de conocimientos impida que el hombre pueda analizar en profundidad cuanto acontece y llega a formarse una opinión personal, propia del que es libre, y actúe de acuerdo con ella y con la responsabilidad personal que ello conlleva.
¿Por qué ese afán de disminuir la calidad de la libertad humana? Al hombre se le debe educar en todos y cada uno de los valores que fortalecen su mente y su espíritu, para que pueda rendir a la sociedad lo que en conciencia entienda que es mejor para la unión de todos sus miembros; para que haya paz y justicia.
Hay quienes creen que es mejor dividir que unir y, para ello, señalan en otros más defectos que virtudes. Esa educación tiende a mantener un estado de cosas que, a pesar de sus graves errores, conviene a los intereses de aquellos y que, además, siembra el germen de la separación en quienes empiezan a vivir las vicisitudes de una sociedad.
¿Dónde está el respeto que se debe a todo ser humano? No se acierta a ver que así se ayude a la educación plena de cualquier persona; a abrir su mente a la verdad para que sea capaz de amarla y defenderla en todo momento.
No se comprende que no se cuide con esmero la educación del hombre para que actúe según su conciencia, para que siempre cada persona sepa lo que realmente es, sin necesidad de que otros se lo digan.
Una conciencia formada en la verdad y para servir siempre a la verdad; para hacer el bien a cualquiera sin engaño alguno y sabiendo que ello puede acarrearle algún disgusto. Esos disgustos que tanto bien ocasionan al alma porque es el precio de la libertad, de saber elegir entre el bien y el mal, del respeto a la verdad antes que a otra cosa.
Se quieren dictar leyes que amordacen la conciencia, tratando de convertir a los hombres libres en máquinas que actúan al dictado de quien las haya preparado a su capricho u obedeciendo a una idea general de destruir esa grandeza del ser humano que consiste en conocer la verdad y actuar de acuerdo con ella.
No es esa la educación que toda persona necesita para poder actuar en la vida con plenitud; para no engañar ni ser vehículo para el engaño que otros puedan desear porque así conviene a intereses apartados de la verdad.
Contra los que afirman que la conciencia debe subordinarse a un supuesto bien, que se proclama por ellos, es necesario mostrar que ello supone un signo de esclavitud para el hombre. Todo cuanto prive o dificulte la actuación libre de la conciencia es condenar al hombre (el ser humano en general) a no ser lo que en verdad es y pasar a ser lo que otros quieren que sea.
La educación del hombre no debe ser descuidada, para que en todo momento pueda mostrar su voluntad, bien asentada en la verdad del amor a la humanidad. Su perseverancia en ello se traducirá en felicidad personal y de toda otra persona a la que se trate, así como de la sociedad en la que desarrolle su actividad. Sólo el amor hace feliz. (Benedicto XVI).
No hay por qué sentirse maestro de nada; simplemente cumplir con esa obligación natural que todo hombre tiene de hacer las cosas bien, sin dañar a nadie y preocupándose de que la verdad nunca sea tergiversada o ignorada. Para ello es necesario que la educación tenga verdadera calidad –educación en la verdad del amor a la humanidad– y que la conciencia pueda actuar siempre con plena libertad.
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