Tal vez nunca han desaparecido, porque en las guerras sigue mandando la irracionalidad y la locura. Los niños-soldado no son un fenómeno de este tiempo porque en todas las guerras...
Tal vez nunca han desaparecido, porque en las guerras sigue mandando la irracionalidad y la locura. Los niños-soldado no son un fenómeno de este tiempo porque en todas las guerras, cuando los mayores mueren o son insuficientes, a alguien siempre se le ocurre la terrible idea de usar a los niños. Si es preciso, los secuestran de sus casas, de las escuelas o de los campos de refugiados, les dan un fusil, les cargan con terribles pesos o les utilizan como señuelos, espías o mensajeros. En el mundo del siglo XXI esa tragedia sigue viva y a muchos niños les enseñan a odiar al enemigo o, incluso, a convertirse en bombas humanas que se inmolan para destruir al enemigo. Nunca es posible recuperar la normalidad después de una guerra, pero si eres un niño, un niño de la guerra, es más difícil y si te han obligado a ser un niño-soldado, seguramente es imposible. Amnistía Internacional calcula que unos 300.000 menores de edad participan actualmente en conflictos armados en más de 30 países. Algunos apenas tienes siete años de edad. En África es una costumbre. Según Unicef, los milicias rebeldes Mai Mai del Congo, donde está a punto de producirse una nueva tragedia de consecuencias irreparables, como si fuera un sino de ese país, mientras Occidente mira hacia otra parte y las fuerzas de la ONU son insuficientes y corren un grave riesgo, están reclutando a la fuerza a niños en los campos de refugiados cercanos a la zona de enfrentamiento. Los señores de la guerra y los líderes tribales quieren alcanzar el poder a costa de lo que sea y ni siquiera los niños van a ser un obstáculo. Todo lo contrario. En algunos casos, según ha denunciado Amnistía Internacional, niños que habían sido devueltos a sus familias en el Kivu N están volviendo a ser reclutados dada su valiosa experiencia en los enfrentamientos armados con las tropas del Gobierno.
Miren a sus hijos o a sus nietos. Imaginen por un segundo que uno de ellos, de ocho, diez o trece años, puede ser víctima de esa crueldad. O que, incluso, dada la frecuente desestructuración familiar, puede apuntarse voluntariamente. Que puede llevar un fusil en sus manos y acabar disparando a otros o siendo víctima de cualquiera. Niños sin infancia, sin inocencia y sin esperanza. La última tragedia es la del Congo. La de los niños-soldado y la de cientos de miles de desplazados, refugiados y perseguidos. Ellos no sufren la crisis económica. No tienen nada. Sólo viven esperando sobrevivir al terror. Los más pequeños deberían tener derecho a la esperanza.