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El Jueves

Las Azores

Resulta que las Azores son tan protagonistas de la Semana Santa, nuestra Semana Santa, como los estrenos de mantos, candelerías o insignias...

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Resulta que las Azores son tan protagonistas de la Semana Santa, nuestra Semana Santa, como los estrenos de mantos, candelerías o insignias. Que sí, hágame usted caso. Las Azores, esas islas de las que sólo nos acordamos en estas fechas, cobran un inusitado protagonismo y una especial relevancia cuanto más cerca están los días grandes de la primavera; cuando se convierten en el centro de las conversaciones de muchos que se paran, allá a media mañana en la calle Sierpes y entre los que la conversación no tiene otro derrotero que la Semana Santa.

Empezamos estos días no sólo a desempolvar túnicas y costales, a sacar papeletas de sitio, a respirar a fondo el aire que ofrece la ciudad en la primavera adelantada que nos regala el tiempo. Empezamos estos días, insisto, a desempolvar también una terminología que hemos ido aprendiendo con los años. El anticiclón de las Azores se vuelve nuestro muy mejor amigo. Soltamos, como el que no quiere la cosa, términos evolucionados de aquel Mariano Medina que conocimos siendo niños (“El hombre del tiempo”) y, con toda propiedad, creemos entender los modelos que nos presentan Marvizón (no el de las marchas) y Maldonado (que rima con Soleano, que para eso lo es). El bloqueo anticiclónico, las tendencias en el Sur Peninsular, la dorsal norteafricana, los frentes, la “cierta fiabilidad” y por supuesto el anticiclón de las Azores cobran especial protagonismo en las charlas cuaresmales.

Pero lo que nadie me podrá negar es que por mucho que queramos, lo que tenga que pasar va a pasar, así se estudien esos modelos o se hagan previsiones de lo que puede venir. Por mucho que entremos en páginas tan expertas en la cosa meteorológica como accuweather, si a la hora de abrir la puerta para poner a caminar a la Cruz de Guía está cayendo la mundial, nos quedamos dentro sin posibilidad de enmendarlo. La lluvia, como escuche una vez decir, es el único enemigo de la Semana Santa al que no se puede combatir.

Si lamentable es que una procesión se quede en su templo, por la enorme carga sentimental que la misma produce y sobre todo a los niños nazarenos, que no entienden en ocasiones por qué pasa esto, mucho más lamentable es que la lluvia arruine las previsiones de muchos negocios, para los que la Semana Santa, con todos mis respetos, es un enorme balón de oxígeno para su caja registradora. No es de extrañar, por tanto, que cuando los modernos de nuevo cuño insinúan cualquier tipo de ataque a nuestras procesiones, sean éstos los primeros que se lleven las manos a la cabeza.

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