Youth (2015), de Paolo Sorrentino, es la mirada atrás en el camino, y a la vez, la mirada al frente, hacia el vacío de incertidumbre al que nos aproximamos desde el momento exacto en el que llegamos a este mundo.
El que mira, a través de unas grandes gafas color café, es un Michael Caine poseído por un viejo y afamado compositor de música clásica, Fred Ballinger, que se encuentra atascado en su propio presente, viviendo, según le cuenta él mismo al médico que lo chequea, empujado por la apatía, aterrado por lo que le espera más allá del lujoso hotel donde pasa sus vacaciones.
En ese mismo hotel se encuentra su amigo Mick, interpretado de manera maravillosa por Harvey Keitel. Mick es un experimentado director de cine, entusiasta a pesar de su edad, que está deseoso de realizar una última película que le sirva como testamento artístico. Para ello trabajará con un joven grupo de guionistas y con la que ha sido la musa de toda su carrera: Brenda Morel (Jane Fonda).
Fred y Mick dan largos paseos por los caminos que bordean los bosques alpinos, disfrutan de las lujosas instalaciones de un balneario exclusivo y hablan sobre su pasado, su presente y su futuro mientras observan como desfila ante ellos una extravagante colección de personajes: una Miss Universo con una mente cultivada y esculpida en un cuerpo perfecto, un dios roto del fútbol (homenaje a Maradona) con Karl Marx tatuado a la espalda, un monje que es capaz de elevarse sobre las inmundicias terrenales, una masajista que cree que no tiene nada que decir pero que es capaz de decirlo todo sin mover la boca, una pareja de ancianos que se guarda odio en forma de silencio y un deseo sexual que sobrevive al tiempo, prostitutas poco agraciadas, un niño que aprende y una niña que enseña…
A través del ecosistema anteriormente descrito, y gracias a una banda sonora y una fotografía sublimes, Sorrentino consigue mantenerme en todo momento en un estado de tensión emocional constante, abrumado por su imponente belleza, mostrando mediante una catarata de detalles la importancia de la amistad, el absurdo necesario que supone perseguir los sueños, la pesada carga de crecer sin olvidar o haber crecido y olvidado, lo inevitable que es fallar, morir.
Podría intentar relatar mis escenas favoritas, contaros por qué algunos planos me dejaban sin aliento, el motivo de que ciertos diálogos me emocionaran o la reflexión final con la que me quedo, pero no serviría de mucho, el arte es subjetivo. No se puede explicar “Youth” al igual que no se puede explicar la vida. Ambas hay que vivirlas.
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