Recientemente la revista Time llevaba a su portada este titular: “¿Por qué si estamos tan bien nos sentimos tan mal?”. Eso debe ser en otro lugar del mundo, porque aquí, en la España nuestra de cada día, la de los ministros y el presidente del Gobierno, incluso la de Rajoy y compañía, la pregunta debería ser la contraria: ¿Por qué si estamos tan mal nos sentimos tan bien? Porque, miren ustedes, donde los políticos, los opinadores y los grandes empresarios se mueven no se notan apenas los cuatro millones de personas sin trabajo, ni la caída de las ventas de la construcción, ni el cierre de miles de empresas, ni la caída de la inflación ni el que los bancos siguen sin dar créditos a quienes lo necesitan, sean ciudadanos de a pie, autónomos o empresarios de pymes. Y, a pesar de eso, la mayoría de los restaurantes, al menos en Madrid y en las grandes ciudades siguen bastante llenos y los teatros, también, aunque para los cines no haya cola, pero esa es otra historia. Y las carreteras se llenan los fines de semana, como si huyéramos enloquecidos hacia cualquier lugar. Y no somos conscientes de que esta crisis, la de la economía, la del empleo, la de la falta de oportunidades, ha llegado para quedarse durante muchos años. Y eso no se arregla con subvenciones.
Dicen los sabios, que ahora son los que practican el coaching, un entrenamiento personal con carácter trascendente y mercantil al mismo tiempo, que no es cierto, como cree Zapatero, que “el límite es el cielo”, porque aunque eso funciona, que funciona, cuando llega la caída, que también llega inexorablemente, la depresión es inevitable. Es cierto que los predicadores del pesimismo acaban sumiéndote en una tristeza insuperable, pero aunque hace falta un cierto optimismo, tampoco hay que pasarse.
No se puede avanzar con dirigentes sordos y ciegos, inmunes a la realidad, ni con quienes la ocultan o la disfrazan. Es cierto que es más divertido, pero los resultado son siempre dramáticos.
Los que denuncian ahora el insoportable endeudamiento al que nos está llevando el Gobierno, que posiblemente no es nada comparado con el que vamos a alcanzar a medio plazo, saben que lo que se debe, se acaba pagando. Y que cuando no hay con qué, se produce la quiebra. Decía el ex ministro Gómez Navarro que “hoy, producir, produce cualquiera; lo importante es vender”.
Da la sensación de que el presidente del Gobierno y sus ministros han hecho un cursillo acelerado con el ex ministro y no producen nada pero lo venden todo como si fuera éxito suyo. Y que sus oponentes del Partido Popular, todavía no se han aprendido la lección y no venden nada. A unos y a otros, como a los sindicatos y a la patronal, los ciudadanos deberíamos pedirles un poco más de dedicación y, sobre todo, una dosis mínima de rigor.