Confieso que yo misma me sorprendí al sentir emoción al ver a Patxi López prometer el cargo de lehendakari en la Casa de Juntas de Guernica y ante el árbol símbolo de los vascos.
En realidad pensaba que ya nada en la política española podía emocionarme después de haber sido testigo de las primeras elecciones democráticas en el 77, de la puesta en marcha de las Cortes Constituyentes, de la aprobación de la Constitución, de las elecciones de 1982 en que ganó el PSOE de Felipe González. Pero el 7 de mayo ha sido un día especial, el día en que un socialista, un constitucionalista, se convertía en lehendakari de todos los vascos durante una ceremonia cargada de simbolismos y de emoción.
Patxi López eligió la fórmula de la promesa ante la Constitución y el Estatuto de Guernica y junto a él la presidenta del Parlamento Vasco, Arantxa Quiroga, del Partido Popular, otro símbolo del cambio. Y es que hace unos meses resultaba inimaginable que socialistas y populares pudieran llegar a un cuerdo para hacer posible el cambio en el País Vasco, para romper con la inercia de que sólo los nacionalistas podían gobernar esta comunidad autónoma.
Que el Parlamento vasco tenga una presidenta que proviene de las filas del Partido Popular es un hecho histórico, como lo es que el nuevo lehendakari sea un socialista que se apellida López y viene de la margen izquierda. Patxi López representa una esperanza y va a necesitar temple para poder gobernar cuando hay sectores del nacionalismo que han decidido hacerle la gobernación imposible desde el primer día.
Es una inmoralidad que los sindicatos vascos nacionalistas hayan convocado una huelga general en el País Vasco contra el nuevo lehendakari simplemente porque López es socialista en vez de nacionalista. Sí, Patxi López va a necesitar no sólo temple sino paciencia y mano izquierda y suerte, mucha suerte. Pero lo que nadie le podrá quitar es que él es protagonista de un momento histórico, de un momento que muchos conservaremos para siempre entre nuestros mejores recuerdos.