Una buena idea como Bolonia ?el proceso de adaptación de las Universidades europeas a una modernidad compartida y transversal? se puede acabar estropeando por los errores políticos...
Una buena idea como Bolonia –el proceso de adaptación de las Universidades europeas a una modernidad compartida y transversal– se puede acabar estropeando por los errores políticos. Los graves incidentes de Barcelona de hace unos días pueden hacer que una protesta minoritaria y no siempre con razones, más del mundo ácrata que del mundo universitario real, pueden llevar a una protesta mucho más amplia y conflictiva. Y todo ello puede contribuir a que tampoco debatamos en serio sobre el futuro de la Universidad, sobre una Universidad nueva, adaptada a la realidad social y con el papel de vanguardia que le corresponde, sino que nos quedemos en la anécdota. Si además se está vendiendo mal y si, como sospechan incluso algunos de los partidarios, no hay fondos para implantar adecuadamente el cambio –más implicación de los profesores y de los alumnos–, Bolonia puede acabar siendo el habitual “que algo cambie para que todo siga igual”. Y para eso, mejor no hacer nada.
En un país en el que la educación –desde la infantil a la universitaria– no sólo no progresa adecuadamente sino que es un fracaso creciente, y donde es imposible alcanzar un pacto social y político que nos permita cambiar el rumbo educativo y el modelo económico, Bolonia parece una oportunidad para el cambio real. Es una manera de empezar la casa por el tejado, otro error, pero al menos es una oportunidad para que la vieja Universidad napoleónica, enquistada en la endogamia y encerrada en sí misma, se vea obligada a salir de su torre de marfil. Hace poco un diario destacaba en su titular uno de los graves problemas de la Universidad actual: “La Universidad gratis es posible. Los estudiantes tardan dos años más de lo que deberían en acabar la carrera, pero sólo abonan el 10 por ciento de lo que vale cada curso”. Lo he denunciado muchas veces con ningún éxito. La Universidad, donde hay excelentes maestros y muy buenos estudiantes, es el reino de los vagos. Se puede permanecer en ella casi gratis todo el tiempo que uno quiera. Gratis para ellos, porque los ciudadanos lo pagamos todo.
Hemos perdido diez años desde que Europa empezó a poner en marcha el Espacio Europeo de Educación Superior, pero podemos perder todo lo que puede darnos: facilitar la movilidad, títulos europeos, la Europa del conocimiento, una verdadera integración cultural y social, como decía hace poco el rector Carlos Berzosa. El problema es que los políticos no han tenido voluntad de discutir y negociar Bolonia con nadie –sólo han hecho operaciones de propaganda– y los universitarios, profesores y estudiantes, se han quedado al margen, indiferentes, atropellados o superados por los líderes de una protesta a los que ni les importa Bolonia ni la Universidad. Pero, ¿a quién le importa la Universidad? Bolonia no puede ser ni una excusa ni otro fracaso de la Universidad si de verdad queremos ser europeos y estar en la modernidad.