Un rato de conversación bien aprovechada con un amigo docto en temas de política da para mucho. Eso es lo que me ocurrió el miércoles pasado mientras tomaba un cafelito con alguien que se conoce al dedillo los entresijos de esta circunstancia patrimonial del hombre. Patrimonial digo porque, mal que nos pese, la política forma parte de nosotros desde el mismo día en que a Adán y Eva le dieron la patada en el trasero y tuvieron que jugarse a cara o cruz soportarse o exterminarse. Como a la vista está que salió cara, he ahí que desde entonces el hombre pasó a ser un espécimen político. Así lo confirma la desinencia vernácula del palabro ya que su origen griego politikós no quiere decir otra cosa más que ciudadano o civil.
Imposible transcribir en tan corto espacio la lección didáctica que recibí de este buen amigo. Y aunque pudiera, tampoco lo haría porque lo que yo quiero es opinar. Que de eso se trata en estas páginas recónditas de una prensa cada vez más digitalizada donde la localización de los artículos de opinión, se está convirtiendo en un verdadero ejercicio de investigación policial.
De todo lo compartido con Nacho, me llamó sobremanera la atención el término paz social. Expresión ésta en el exilio y que, a mi entender, cobra una importancia cardinal en los tiempos que vivimos.
Cuando la degustación de jamón se convierte en una empresa poco menos que inabordable, catar una buena poleá con canela y coscorrones fritos se antoja como un lujo al paladar. Para que nos entendamos, lo que quiero decir es que las circunstancias económico-sociales actuales no dan para edificar castillos en el aire y que por tanto, debemos custodiar como oro en paño el don más preciado que disfrutamos: la paz social. Ese bien que nos permite debatir sobre diferentes puntos de vista, seguros de que, pase lo que pase, al final se impondrán el respeto y la tolerancia ante el parecer del contrario. Esa maravillosa gracia intangible que ofrece a la sociedad una convivencia pacífica libre de las imposiciones de los fanáticos.
Como digo, es fundamental ponerla a buen recaudo y, en mi opinión, nuestros políticos no están actuando en consecuencia.
Flaco favor hace en estos momentos la oposición a la sociedad española, aprovechándose de las dificultades que atravesamos para intentar saquear al gobierno la confianza conseguida en las urnas, y poco aporta el ejecutivo de Zapatero para el logro de la estabilidad necesaria, crispando la opinión pública con acusaciones al antagonista en defensa de sus intereses particulares. Ambos deberían aplazar este intercambio inoportuno de golpes y mostrarse ante los españoles como verdaderos patriotas fundidos en un amistoso abrazo que contagie a todos la serenidad deseada en estos difíciles momentos. El rumor es la antesala de la noticia y las emisoras de rumores empiezan a radiar murmullos que erizan la piel.
Los reproches ideológicos y las embestidas dialécticas mejor dejarlos para los tiempos de calma que, seguro llegarán, tras el ímpetu de esta tormenta pasajera. Ahora toca anteponer la unidad de todos en beneficio del bien común.
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